martes, 29 de agosto de 2017

La Leyenda del méndigo



La leyenda del méndigo
Edgar Piña Ortiz

Ante su foto, imagen o simple presencia, todo mundo se pregunta de inmediato cuánto pesará  aquella persona que se asemeja a una montaña humana. Luego cuestionará cuánto hay que comer para mantener activa una enorme masa de grasa sólida y huesos acompañados de otras materias. 

Todos conocemos personas obesas, corpulentas, desbordantes y muchos de nosotros no ganaríamos un concurso de condición de esbeltez, pero cuando usted  observa  la soberbia gordura del señor Gobernador del Banco de México, muchas interrogantes y certezas saltan a la vista. 

En la variedad de perfiles de complexión física de los mexicanos, el cuadro de obesidad del doctor  Agustín Carstens Carstens, sobresale en el extremo derecho de una escala que se inicia en cero en el extremo izquierdo.  Y todo está bien, hasta aquí y hay que respetar la condición o apariencia física de las personas como valor esencial de la convivencia,  pero resulta que nuestro aludido no es cualquier persona. 

Maestro y doctor en economía de la Universidad de Chicago y dónde él mismo fue profesor, el personaje Carstens, tiene una trayectoria académica e institucional impresionante en México y en otros países y no cualquiera puede decir que una institución financiera internacional le tiene preparada una oficina de primer mundo, para cuando  decida dejar de “prestar sus servicios” al sistema financiero nacional y a la economía mexicana.
Resulta que la cabeza de una institución, el banco central, es la persona encargada de cuidar la estabilidad y fortaleza del peso mexicano, en un contexto global que se asemeja más a un tanque de tiburones hambrientos, que a un escenario de cooperación y prácticas generosas en los negocios.
Y  ya en el terreno doméstico, la misión del banco central, como cualquier banco central del mundo, es minimizar la inflación, bajar las tasas de interés activas (la que te cobran los bancos) y aumentar las pasivas (las que te pagan los bancos por tus ahorros) y en general tomar decisiones y acciones que conduzcan al crecimiento económico y a la reactivación de las actividades productivas y servicios.

La imagen de abundancia, sobrepeso y satisfacción que sobresale en la personalidad de la máxima autoridad monetaria y financiera de un país, como el nuestro, que con más de la mitad de la población total que no alcanza a satisfacer sus necesidades mínimas de alimentación, vestido, vivienda, educación y transporte, arroja un insulto a la cara de quienes podrían contar con una canasta básica de satisfactores para todo el año, con lo que este señor seguramente gasta en una sentada normal en un restaurante estándar.

El caso es que en una ocasión me preguntaron cuál era mi hipótesis sobre la gordura del aquel entonces secretario de Hacienda del segundo presidente panista en México, y no se me ocurrió algo mejor que  tal  vez se debía a una incorrecta aplicación del dicho popular que dice: desayuna como rey, come como príncipe y cena como mendigo. Sí, me dijeron, eso ya lo sabemos, pero ¿cómo aplica con don Agustín ésta máxima ya que él sigue gordo, gordísimo? Muy fácil contesté: El señor se acostumbró a desayunar como rey, a lonchar como príncipe y cenar como méndigo. El individuo en observación le puso un acento a la última palabra y eso explica su gordura. No es lo mismo comer como mendigo a yantar como méndigo.  Panza llena, corazón contento. Nos vemos en el desayuno, en la comida y en la cena, doctor. ¡Provechito!

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