sábado, 12 de julio de 2014

Nadar de muertito



Edgar Piña O.

Este es uno de esos momentos en los que todo alrededor parece no tener sentido. Pasan por en medio del pueblo muchos terribles monstruos de maldad e insensatez y nadie los ve o si  alguien los ve no se inquieta, no se alerta.

Probablemente la conciencia de los mexicanos, los sonorenses, está condicionada por la media e Internet, pero vivir en medio de  feas realidades y amenazas y no voltear al vecino, al pariente, al colega para, por lo menos,  comentar los sucesos, sólo se explica si ya nada es capaz de sacarte de Facebook o de la impresionante pantalla plana que te tiene hipnotizado viendo el futbol, la telenovela, o en el mejor de los casos,  el Discovery o simplemente las noticias fumigadas de los conflictos en Michoacán, Tamaulipas o Jalisco. 

El caso es que hay regiones del planeta en donde la gente se está matando, unos a otros, y aún aquí cerquita de tu casa tirotean y degüellan personas, y eso no merece ni siquiera el comentario. 

Allá en el Medio Oriente el superpoder Israelita está bombardeando población civil de Palestina, mientras que los fanáticos de ambos lados, permanecen ocultos, confortablemente monitoreando las operaciones militares y de inteligencia, en sus refugios elegantes y lujosos. Acá en nuestro México gobiernos guiados por el interés de grupos y partidos, incluyendo el narco, se ocupan de asegurar el futuro de sus propias generaciones y que al resto del mundo se lo lleve el diablo, pero para las clases medias sólo con leer un editorial, un comentario, el asunto está arreglado.

¿Nuevas empresas, inversiones, mercados potenciales? No interesan. Lo inteligente es asegurar el capital en cuentas bancarias o inversiones inmobiliarias. ¿Delincuencia organizada y de la otra, inseguridad en todas partes y a toda hora, corrupción total de cuerpos policiacos y judiciales? Hay que estar preparados, para cuando te toque, ¿para qué preocuparse antes de tiempo?

Ya a nivel  local en la media, en las redes sociales, en las débiles conversaciones de la gente, temas como el de cientos, miles de seres humanos que van pasando por Sonora con rumbo al norte en busca del sueño de un trabajo, un refugio, una tortilla,  no parece quitar ni el sueño ni el apetito a quienes ya tienen un empleo, una casa, una cocina y una olla de frijoles.

O también el problema del agua para Hermosillo, en dónde el meollo del asunto (la aberración agrícola de los cereales)  no está a discusión y se etiqueta el conflicto como un pleito entre partidos. Una de las partes se cierra al argumento “es mi agua” y la otra contesta “tengo sed”, pero no se avanza, no hay dialogo, no aparece la razón.

La nuestra es  una población civil que se esfuerza, que trabaja y que observa indiferentemente los acontecimientos tal vez pensando que “eso” es afuera. Aquí en casa todo está bien, hay salchichas y cervezas en el refri y el carro está listo para lo que se ofrezca. ¿Para qué salir de la cueva, para qué cambiar de sintonía, para qué abandonar la zona de confort? 

No es necesario acudir a la teoría del complot para explicar por qué la humanidad no ha logrado entrar a la etapa de la razón, la objetividad, la equidad y la justicia. Mientras que esta forma de vivir funcione, no importa que grandes sectores vivan en la miseria y la degradación, no importa que los zombies salgan de sus barrios a pedir limosna en los cruceros citadinos, así son las cosas, siempre ha sido así y seguro así será en el futuro. 

Entonces, ¿Para qué sacar la cabeza con el riesgo de que te la corten? Mejor así, los que sepan nadar que naden de muertito.