Crónicas paralelas: Tlatelolco y Ayotzinapa.
¡Cuidado con las consecuencias!
Edgar
Piña Ortiz
La noche del 23 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de
una escuela pública normal de Ayotzinapa, municipio de Iguala, en el estado
mexicano de Guerrero, a bordo de camiones de servicio público que ellos mismos
habían secuestrado, fueron capturados por policías municipales.
Desde entonces no existe
certeza de su paradero, excepto por el hallazgo de restos humanos calcinados
que hasta el momento de escribir esto, se desconocen sus resultados de exámenes de
laboratorio, que constituyan pruebas de que se trata de los desaparecidos.
La tarde del 2 de octubre de
1968, cientos de estudiantes universitarios, politécnicos, normalistas y
preparatorianos, fueron masacrados en la Plaza de las Tres Culturas en la
Unidad Habitacional Tlatelolco, en la capital federal de la república Mexicana.
El México de 1968, era un
país que, muy cerca de la realización de la XIX Olimpiada Mundial, era dominado
por un partido político que se publicitaba como institucionalizador de una
revolución armada que buscó cambiar una dictadura feudal y aristocrática, por
un gobierno democrático de campesinos, obreros y clase populares.
Mientras la inmensa mayoría
de la población mexicana se entretenía con las figuras olímpicas durante los
juegos y meses posteriores, en las cárceles, cuarteles y mazmorras de las
policías de aquellos años, se realizaban procesos de eliminación de agitadores
indeseables para el sistema político y encarcelación de quienes no convenía
fueran aniquilados.
En los años siguientes,
habría de venir una etapa de sosiego estudiantil que fue aprovechado por el
sistema educativo oficial para apropiarse de la mentalidad y el destino de
funcionarios, profesores y empleados de instituciones educativas de todos los
niveles, principalmente preparatorias,
universidades y tecnológicos.
Con cuantiosos volúmenes de
inversión pública en edificios, aulas, laboratorios e instalaciones deportivas
y enormes presupuestos de operación, el gobierno federal fue eficaz en
controlar el descontento previo y el disentimiento ideológico del recurso
humano adherido el sistema educativo.
Con ello, la revolución socialista se concentraba en las aulas y cubículos y se enfocaba a la preservación de una filosofía que encontraba sus fuentes teóricas, conceptuales y metodológicas en el marxismo-leninismo, cuyo fracaso se evidenciaba con el desplome del bloque socialista, pero inexplicablemente seguía teniendo una clientela enorme en los cien millones de mexicanos de finales del siglo pasado.
Con ello, la revolución socialista se concentraba en las aulas y cubículos y se enfocaba a la preservación de una filosofía que encontraba sus fuentes teóricas, conceptuales y metodológicas en el marxismo-leninismo, cuyo fracaso se evidenciaba con el desplome del bloque socialista, pero inexplicablemente seguía teniendo una clientela enorme en los cien millones de mexicanos de finales del siglo pasado.
Cuarenta y seis años
después, el número de años suficientes para que un individuo alcance la
madurez, la sociedad mexicana, todavía inmadura, se entera de la masacre de Ayotzinapa.
Pero este suceso, al igual
que el de Tlatelolco en 1968, no es un acontecimiento de generación espontánea
producto de la casualidad, sino una emergencia
sistémica generada en la caja
negra donde se procesan los insumos multifactoriales provenientes de la
economía, la política, la cultura y la sociedad. Esta generación sistémica, output,
producto holístico diferente de las partes que lo integran, se expresa en el homicidio masivo de medio
centenar de jóvenes veinteañeros, la misma edad de los que fueron asesinaron en
la Plaza de las Tres Culturas del Distrito Federal.
Para decirlo de otra forma,
la masacre de Ayotzinapa, no es un accidente, no es sólo la consecuencia de un
error humano, es una escena representativa más de una secuencia, un proceso de
descomposición social que involucra elementos de ingobernabilidad, crimen,
corrupción, instituciones dominadas por el narco, pobreza, complicidad a los
más altos niveles, violación o elusión sistemática de las leyes y otros
ingredientes no menos importantes.
La sangrienta noche de
Tlatelolco, fue la culminación violenta y sofocadora de un movimiento que había
arrancado con la represión feroz de un conflicto callejero entre estudiantes de
distintas escuelas de la ciudad de México. Sin embargo, el proceso que se
desencadenó, incluyendo otras acciones violentas como la llamada el halconazo del jueves de Corpus de 1971,
hunde sus raíces en las condiciones de un país, una economía que había venido
creciendo pero dejando en su trayectoria una población materialmente marginada
y políticamente indefensa ante un gobierno cerrado, autoritario, injusto,
poderoso y muy reaccionario.
El México de 2014, 46 años
después de la Noche de Tlatelolco, corresponde al de un país sumido en el
estancamiento económico, la inequidad en la distribución del producto entre los
factores de la producción, la inseguridad, la violencia generalizada y el crimen a todos los niveles.
En el México de los años
setentas no existían la cultura y el
poder del narco, o al menos no con la relevancia de hoy en día. El México de
hoy es uno donde la economía informal, los mercados negros, grises y rojos,
constituyen fuerzas que sobrepasan con mucho a lo formal, lo legal, lo legítimo
y mientras más se mezcla lo lícito con lo ilícito, mientras más se infiltra el
crimen en las instituciones, más preponderancia alcanza este último en el
gobierno y en la sociedad.
El sistema político que
regía la economía y la población del último tercio del siglo XX, era el de una
dictadura perfecta de grupos y personajes que se heredaban el poder en las
condiciones de un gobierno y un partido político único, que no tenían mucho porque
ocuparse de la oposición, puesto que prácticamente ésta no existía.
El impacto político del 2 de Octubre de 1968 fue de un apertura electoral controlada y dosificada que llevó al país, ya en el siglo XXI, a una partidocracia que implicó una alternancia en los poderes federales, provinciales y locales, cuyo distintivo parece ser la certidumbre de que los diferentes partidos se disputan el primer lugar en cleptocracia, ineficiencia, ingobernabilidad, impunidad, podredumbre y corrupción.
El recurso predilecto de los
gobernantes federales del México posterior a 1968, fue el populismo, el gasto
público deficitario e inflacionario, crecimiento pobre y errático plagado de
devaluaciones, crisis, inflaciones y exacciones fiscales desbordadas. La
consecuencia de las políticas públicas reales aplicadas, no las anunciadas, fue
la consolidación de los monopolios, duopolios y oligopolios privados
fabricantes de billonarios de rango
mundial.
Los cambios realizados por
el poder gubernamental como respuesta a lo de Tlatelolco, se reflejaron en empresas
públicas acaparadoras - petróleo, electricidad, salud y seguridad social,
principalmente-, ineficientes, onerosas y de efectos demoledores en la productividad
y la competitividad.
En la misma forma, producto
destacado de esa decisión de cambio, fue el afianzamiento de un sindicalismo
corrupto, cínico, solapador de abusos e ineficiencias, arrodillado ante los
patrones, pero manipulador y represor de los agremiados que se supone debe
defender.
Por su parte la política
económica real de los sexenios
posteriores al Movimiento Estudiantil del 68, llevó a una apertura
comercial y financiera que tuvo como consecuencia la desaparición de lo que
había sido un modelo de desarrollo estabilizador y que descansaba en unos sectores primario, secundario y terciario
protegidos y subsidiados.
La apertura comercial y financiera con los socios
naturales, Estados Unidos y Canadá, llevó a la instalación de nuevas
modalidades de dependencia frente al exterior, que se caracterizan por una
agricultura, ganadería, pesca y minería extractivas y depredadoras de los
recursos naturales y una enorme
actividad maquiladora que genera empleo, sí, pero sus planes de negocios
son ajenos a las necesidades internas del desarrollo y la sociedad Mexicana.
La presencia de la economía
roja del narcotráfico en el México de 2014, por lo que hasta ahora se puede
percibir, seguramente habrá de conducir al país a una etapa prolongada de
inseguridad, crimen, violencia, terror y mortandad generalizada. La ineficacia
que muestra el gobierno, en sus tres niveles y en sus tres poderes
constitucionales, para controlar las fuerzas de los grupos radicales y la
cabeza de la hidra de las mafias del narco, sólo permite perfilar escenarios entrópicos,
es decir aquellos en que los sistemas
humanos se caracterizan por el desorden, el estancamiento o el retroceso.
El bajo crecimiento del
producto, la polarización de las clases sociales, la coexistencia paradójica de
unos cuantos billonarios en medio de millones de miserables, hambrientos e
ignorantes; la presencia de unas clases medias y populares conformistas,
indiferentes, inamovibles de sus mediocres zonas de confort, sólo puede
significar la prolongación indefinida de una sociedad conflictuada,
mediatizada, controlada, extorsionada, atropellada, subyugada.
Pero si los insumos masivos
de 1968 fueron contingentes con pancartas, volantes y altoparlantes, los del
2014 son individuos encapuchados, armados, desafiantes, violentos y
destructores.
Si en los años posteriores
al 68 el sistema liberó a los líderes y dirigentes estudiantiles y luego los
integró a las instituciones educativas, a los partidos políticos, a los órganos
legislativos y de gobierno, con todo y sus
flujos presupuestarios correspondientes, en el 2014 y años que le
sucedan no está tan claro de qué forma se neutralizará el activismo de los
líderes ahora desconocidos, sin nombre,
sin rostro y sin ubicación precisa, al menos para la opinión pública.
En el México posterior a la
noche de Ayotzinapa, tampoco parece
haber soluciones viables para combatir, neutralizar, asimilar o eliminar a
cientos, miles de encapuchados ostentando machetes y garrotes, al tiempo que
ocultan seguramente armas de fuego entre sus ropas. ¿Serán ellos y sus
dirigentes ocultos los que tomen y gobiernen los municipios, los estados?
La respuesta de los
gobiernos posteriores al golpe represivo del 68, fue la alimentación y engorda
de un sindicalismo de ideología en favor del trabajador y de los pobres, pero en disfrute pleno de estilos burgueses, y
en algunos casos faraónicos, de vida. Fue también la multiplicación,
crecimiento y cooptación de universidades, colegios, centros e institutos,
cuyos integrantes entusiastamente ocupados en cada vez mejores niveles
salariales y en mayor cantidad de prestaciones, sólo en el discurso han dado cabida
a la preocupación por los que menos tienen.
El riesgo es la continuación
de una economía atrasada de lento crecimiento, generadora de desempleo,
marginación, pobreza, mugre y podredumbre. La amenaza que se cierne sobre México
es la de un gobierno más armado, más violento, más represor, más insolente e
intolerante, más encerrado, más criminal.
Tlatelolco llevó al país a
lo que es hoy. Crecimiento inequitativo en favor del capitalismo de compadres y
en detrimento del factor trabajo y los recursos naturales. Prosperidad desbalanceada sectorialmente que castiga la
actividad primaria y la industria propia, al tiempo que premia la industria
maquiladora, los servicios no esenciales, al capital y al sistema bancario que
lo controla. La contraofensiva del sistema político mexicano también llevó al
país a indicadores de competitividad, de bienestar, de transparencia, de
derechos humanos, de desarrollo, mediocres o bajos en el concierto de las
naciones del mundo.
Después de Ayotzinapa, si
los mexicanos, la gente, todos, usted, sus
vecinos, familiares y amigos, no acertamos a dilucidar el problema, a
identificar las causas, las manifestaciones y los efectos, el país se dirigirá cada vez con más rapidez a
una dictadura ya no tan “blanda” como la del pasado. Téngase en cuenta que hoy
el uso de los medios tecnológicos para el control de masas puede asegurar el
establecimiento de un gobierno intrusivo, represivo, violento, intolerante y
demoledor.
Hoy ya estamos viviendo ese
gobierno. A nuestros hijos y nietos les corresponderá cambiarlo o adaptarse.
Para cambiarlo no parecen existir las bases ni
suficientes interesados en lograrlo. La opción es adaptarse. Adaptarse para sacarle provecho o adaptarse para
sobrevivirlo.
Yo no sé usted, pero yo no
deseo ni lo uno ni lo otro para mis descendientes.
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