sábado, 15 de noviembre de 2014

CRÓNICAS PARALELAS: TLATELOLCO Y AYOTZINAPA



Crónicas paralelas: Tlatelolco y Ayotzinapa.

¡Cuidado con las consecuencias!


Edgar Piña Ortiz

La noche del  23 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de una escuela pública normal de Ayotzinapa, municipio de Iguala, en el estado mexicano de Guerrero, a bordo de camiones de servicio público que ellos mismos habían secuestrado, fueron capturados por policías municipales.

Desde entonces no existe certeza de su paradero, excepto por el hallazgo de restos humanos calcinados que hasta el momento de escribir esto,  se desconocen sus resultados de exámenes de laboratorio, que constituyan pruebas de que se trata de los desaparecidos. 

La tarde del 2 de octubre de 1968, cientos de estudiantes universitarios, politécnicos, normalistas y preparatorianos, fueron masacrados en la Plaza de las Tres Culturas en la Unidad Habitacional Tlatelolco, en la capital federal de la república Mexicana.

El México de 1968, era un país que, muy cerca de la realización de la XIX Olimpiada Mundial, era dominado por un partido político que se publicitaba como institucionalizador de una revolución armada que buscó cambiar una dictadura feudal y aristocrática, por un gobierno democrático de campesinos, obreros y clase populares.

Mientras la inmensa mayoría de la población mexicana se entretenía con las figuras olímpicas durante los juegos y meses posteriores, en las cárceles, cuarteles y mazmorras de las policías de aquellos años, se realizaban procesos de eliminación de agitadores indeseables para el sistema político y encarcelación de quienes no convenía fueran aniquilados.

En los años siguientes, habría de venir una etapa de sosiego estudiantil que fue aprovechado por el sistema educativo oficial para apropiarse de la mentalidad y el destino de funcionarios, profesores y empleados de instituciones educativas de todos los niveles, principalmente preparatorias,  universidades y tecnológicos.

Con cuantiosos volúmenes de inversión pública en edificios, aulas, laboratorios e instalaciones deportivas y enormes presupuestos de operación, el gobierno federal fue eficaz en controlar el descontento previo y el disentimiento ideológico del recurso humano adherido el sistema educativo. 

Con ello, la revolución socialista se concentraba en las aulas y cubículos y se enfocaba a  la preservación de una filosofía que encontraba sus fuentes teóricas, conceptuales y metodológicas en el marxismo-leninismo, cuyo fracaso se evidenciaba con el desplome del bloque socialista, pero inexplicablemente seguía teniendo una clientela enorme en los cien millones de mexicanos de finales del siglo pasado.

Cuarenta y seis años después, el número de años suficientes para que un individuo alcance la madurez, la sociedad mexicana, todavía inmadura,  se entera de la masacre de Ayotzinapa.

Pero este suceso, al igual que el de Tlatelolco en 1968, no es un acontecimiento de generación espontánea producto de la casualidad, sino una emergencia   sistémica generada en la caja negra donde se procesan los insumos multifactoriales provenientes de la economía, la política, la cultura y la sociedad. Esta generación sistémica, output, producto holístico diferente de las partes que lo integran,  se expresa en el homicidio masivo de medio centenar de jóvenes veinteañeros, la misma edad de los que fueron asesinaron en la Plaza de las Tres Culturas del Distrito Federal.

Para decirlo de otra forma, la masacre de Ayotzinapa, no es un accidente, no es sólo la consecuencia de un error humano, es una escena representativa más de una secuencia, un proceso de descomposición social que involucra elementos de ingobernabilidad, crimen, corrupción, instituciones dominadas por el narco, pobreza, complicidad a los más altos niveles, violación o elusión sistemática de las leyes y otros ingredientes no menos importantes.

La sangrienta noche de Tlatelolco, fue la culminación violenta y sofocadora de un movimiento que había arrancado con la represión feroz de un conflicto callejero entre estudiantes de distintas escuelas de la ciudad de México. Sin embargo, el proceso que se desencadenó, incluyendo otras acciones violentas como la llamada el halconazo del jueves de Corpus de 1971, hunde sus raíces en las condiciones de un país, una economía que había venido creciendo pero dejando en su trayectoria una población materialmente marginada y políticamente indefensa ante un gobierno cerrado, autoritario, injusto, poderoso y muy reaccionario.

El México de 2014, 46 años después de la Noche de Tlatelolco, corresponde al de un país sumido en el estancamiento económico, la inequidad en la distribución del producto entre los factores de la producción, la inseguridad, la violencia generalizada  y el crimen a todos los niveles.

En el México de los años setentas no existían la cultura y  el poder del narco, o al menos no con la relevancia de hoy en día. El México de hoy es uno donde la economía informal, los mercados negros, grises y rojos, constituyen fuerzas que sobrepasan con mucho a lo formal, lo legal, lo legítimo y mientras más se mezcla lo lícito con lo ilícito, mientras más se infiltra el crimen en las instituciones, más preponderancia alcanza este último en el gobierno y en la sociedad.

El sistema político que regía la economía y la población del último tercio del siglo XX, era el de una dictadura perfecta de grupos y personajes que se heredaban el poder en las condiciones de un gobierno y un partido político único, que no tenían mucho porque ocuparse de la oposición, puesto que prácticamente ésta no existía.

El impacto político del 2 de Octubre de 1968 fue de un apertura electoral controlada y dosificada que llevó al país, ya en el siglo XXI, a una partidocracia que implicó una alternancia en los poderes federales, provinciales y locales, cuyo distintivo parece ser la certidumbre de que los diferentes partidos se disputan el primer lugar en cleptocracia, ineficiencia, ingobernabilidad, impunidad, podredumbre y corrupción.

El recurso predilecto de los gobernantes federales del México posterior a 1968, fue el populismo, el gasto público deficitario e inflacionario, crecimiento pobre y errático plagado de devaluaciones, crisis, inflaciones y exacciones fiscales desbordadas. La consecuencia de las políticas públicas reales aplicadas, no las anunciadas, fue la consolidación de los monopolios, duopolios y oligopolios privados fabricantes  de billonarios de rango mundial. 

Los cambios realizados por el poder gubernamental como respuesta a lo de Tlatelolco, se reflejaron en empresas públicas acaparadoras - petróleo, electricidad, salud y seguridad social, principalmente-, ineficientes, onerosas y de efectos demoledores en la productividad y la competitividad.

En la misma forma, producto destacado de esa decisión de cambio, fue el afianzamiento de un sindicalismo corrupto, cínico, solapador de abusos e ineficiencias, arrodillado ante los patrones, pero manipulador y represor de los agremiados que se supone debe defender.

Por su parte la política económica real de los sexenios  posteriores al Movimiento Estudiantil del 68, llevó a una apertura comercial y financiera que tuvo como consecuencia la desaparición de lo que había sido un modelo de desarrollo estabilizador y que descansaba en unos  sectores primario, secundario y terciario protegidos y subsidiados.

La apertura comercial y financiera con los socios naturales, Estados Unidos y Canadá, llevó a la instalación de nuevas modalidades de dependencia frente al exterior, que se caracterizan por una agricultura, ganadería, pesca y minería extractivas y depredadoras de los recursos naturales y una enorme  actividad maquiladora que genera empleo, sí, pero sus planes de negocios son ajenos a las necesidades internas del desarrollo y la sociedad Mexicana.

La presencia de la economía roja del narcotráfico en el México de 2014, por lo que hasta ahora se puede percibir, seguramente habrá de conducir al país a una etapa prolongada de inseguridad, crimen,  violencia,  terror y mortandad generalizada. La ineficacia que muestra el gobierno, en sus tres niveles y en sus tres poderes constitucionales, para controlar las fuerzas de los grupos radicales y la cabeza de la hidra de las mafias del narco, sólo permite perfilar escenarios entrópicos, es decir aquellos en que  los sistemas humanos se caracterizan por el desorden, el  estancamiento o el retroceso.

El bajo crecimiento del producto, la polarización de las clases sociales, la coexistencia paradójica de unos cuantos billonarios en medio de millones de miserables, hambrientos e ignorantes; la presencia de unas clases medias y populares conformistas, indiferentes, inamovibles de sus mediocres zonas de confort, sólo puede significar la prolongación indefinida de una sociedad conflictuada, mediatizada, controlada, extorsionada, atropellada, subyugada.

Pero si los insumos masivos de 1968 fueron contingentes con pancartas, volantes y altoparlantes, los del 2014 son individuos encapuchados, armados, desafiantes, violentos y destructores. 

Si en los años posteriores al 68 el sistema liberó a los líderes y dirigentes estudiantiles y luego los integró a las instituciones educativas, a los partidos políticos, a los órganos legislativos y de gobierno, con todo y sus  flujos presupuestarios correspondientes, en el 2014 y años que le sucedan no está tan claro de qué forma se neutralizará el activismo de los líderes   ahora desconocidos, sin nombre, sin rostro y sin ubicación precisa, al menos para la opinión pública.

En el México posterior a la noche de  Ayotzinapa, tampoco parece haber soluciones viables para combatir, neutralizar, asimilar o eliminar a cientos, miles de encapuchados ostentando machetes y garrotes, al tiempo que ocultan seguramente armas de fuego entre sus ropas. ¿Serán ellos y sus dirigentes ocultos los que tomen y gobiernen los municipios, los estados?

La respuesta de los gobiernos posteriores al golpe represivo del 68, fue la alimentación y engorda de un sindicalismo de ideología en favor del trabajador y de los pobres,  pero en disfrute pleno de estilos burgueses, y en algunos casos faraónicos, de vida. Fue también la multiplicación, crecimiento y cooptación de universidades, colegios, centros e institutos, cuyos integrantes entusiastamente ocupados en cada vez mejores niveles salariales y en mayor cantidad de prestaciones, sólo en el discurso han dado cabida a la preocupación por los que menos tienen.

El riesgo es la continuación de una economía atrasada de lento crecimiento, generadora de desempleo, marginación, pobreza, mugre y podredumbre. La amenaza que se cierne sobre México es la de un gobierno más armado, más violento, más represor, más insolente e intolerante, más encerrado, más criminal.

Tlatelolco llevó al país a lo que es hoy. Crecimiento inequitativo en favor del capitalismo de compadres y en detrimento del factor trabajo y los recursos naturales. Prosperidad  desbalanceada sectorialmente que castiga la actividad primaria y la industria propia, al tiempo que premia la industria maquiladora, los servicios no esenciales, al capital y al sistema bancario que lo controla. La contraofensiva del sistema político mexicano también llevó al país a indicadores de competitividad, de bienestar, de transparencia, de derechos humanos, de desarrollo, mediocres o bajos en el concierto de las naciones del mundo.

Después de Ayotzinapa, si los mexicanos,  la gente, todos, usted, sus vecinos, familiares y amigos, no acertamos a dilucidar el problema, a identificar las causas, las manifestaciones y los  efectos, el  país se dirigirá cada vez con más rapidez a una dictadura ya no tan “blanda” como la del pasado. Téngase en cuenta que hoy el uso de los medios tecnológicos para el control de masas puede asegurar el establecimiento de un gobierno intrusivo, represivo, violento, intolerante y demoledor.

Hoy ya estamos viviendo ese gobierno. A nuestros hijos y nietos les corresponderá cambiarlo o adaptarse. Para cambiarlo no parecen existir las bases ni  suficientes interesados en lograrlo. La opción es adaptarse. Adaptarse  para sacarle provecho o adaptarse para sobrevivirlo.

Yo no sé usted, pero yo no deseo ni lo uno ni lo otro para mis descendientes.

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