Causa de la crisis en EU
“Cuando el Presidente Bill
Clinton declara en 1994 que “Más estadounidenses debieran ser dueños de sus
casas por razones que son de índole económica y tangible y de naturaleza
emocional e intangible, sino también porque ello va al corazón de lo que
significa albergar, nutrir y expandir el Sueño Americano,” estaba dando el
banderazo de salida a una loca carrera en los bienes raíces.”
Manuel Suárez Mier
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Un gran amigo me recomendó hace
meses la lectura el libro Reckless Endangerment: How Outsized Ambition,
Greed and Corruption Led to Economic Armageddon (Irresponsable jugada
peligrosa: como ambición desproporcionada, codicia y corrupción llevaron al
apocalipsis económico) que finalmente tuve la ocasión de leer.
Independientemente del título del
libro, lleno de contundentes adjetivos para atraer clientes, se trata de un
documento de enorme utilidad para poder entender mejor la terrible crisis
financiera que sigue afligiendo a la economía de Estados Unidos y que explotó
súbitamente con la burbuja en los precios de los bienes raíces en 2007.
La lectura del bien documentado
reportaje del texto referido resulta muy oportuna antes de la elección
presidencial en EU en la que los ataques de los candidatos recurren a culparse
mutuamente de haber causado la crisis que mantiene a EU con una tasa de
desempleo superior al 8% y sin indicios de mejorar.
El argumento central del libro es
que la combinación de una definición de objetivos errados de la autoridad, la
inicua operación de entes “patrocinados por el gobierno” disfrazados de
empresas privadas, la complicidad de empresarios paraestatales, banqueros
favorecidos y congresistas trocando su influencia por patrocinio para sus
campañas políticas, resultó en la creación de un monstruo incontrolable.
A pesar de lo anterior, la
semilla en la que se sustenta la crisis no podía ser más loable: se trataba de
que cada ciudadano de EU pudiera acceder a vivir en casa propia, para lo cual
era necesario generar la cantidad de crédito hipotecario que hiciera viable tal
objetivo y también ofrecer condiciones más favorables en los nuevos préstamos
en cuanto a tasas de interés, requisitos de aceptación e historial crediticio.
El crédito hipotecario en la
mayor parte del mundo, y EU no era la excepción, venía de una larga tradición
de prácticas prudenciales que anteponían la solidez del acreditado y una elevada
probabilidad de recuperación del préstamo a otras consideraciones.
Tales prácticas por definición
limitaban el universo de posibles acreditados no sólo a quienes tuvieran un
empleo fijo, perdurable y apropiadamente remunerado sino también una historia
de crédito sin tacha y requisitos mínimos, como que el monto del pago mensual
de la hipoteca no debiera exceder el 25% del ingreso familiar.
Cuando el Presidente Bill
Clinton declara en 1994 que “Más estadounidenses debieran ser dueños de sus
casas por razones que son de índole económica y tangible y de naturaleza
emocional e intangible, sino también porque ello va al corazón de lo que
significa albergar, nutrir y expandir el Sueño Americano,” estaba dando el
banderazo de salida a una loca carrera en los bienes raíces.
Al centro de este teatro se
ubicaba la agencia crediticia popularmente conocida como Fanny Mae y
cuyo nombre completo es Asociación Hipotecaria Federal Nacional, una entidad
concebida durante la Gran Recesión de los años treinta del siglo XX para
comprar créditos hipotecarios de los bancos comerciales que los otorgaban.
Si bien Fanny Mae no
operaba directamente en los mercados sino a través de la banca comercial, la
intención era dotar al segmento residencial de liquidez adicional al descontar
el papel hipotecario de los bancos para que, a su vez, éstos pudieran prestar
los recursos recuperados a nuevos acreditados.
Esta agencia cambió su naturaleza
cuando el gobierno quiso aparentar tener un menor déficit público al final de
los años sesenta y procedió a su privatización parcial, y eventualmente a
emitir acciones y cotizar en bolsa, con lo que los pasivos de Fanny Mae
dejaron de ser parte del balance del gobierno federal de EU, lo que de ninguna
manera significó el corte de su relación favorecida con la autoridad.
A lo largo de los años hubo
intentos por cortar los vínculos privilegiados de Fanny Mae y su entidad
hermana Freddie Mac (Corporación Federal de Crédito Hipotecario
Residencial) con el gobierno pero todos ellos fracasaron porque sus administradores
forjaron lazos muy estrechos de complicidad con legisladores clave en el
Congreso, que se convirtieron en sus briosos defensores.
El problema de ya no tener los
pasivos de estas entidades en el balance del gobierno federal pero seguir
contando con una relación que ningún prestamista del sector privado pudiera
siquiera soñar en tener –respaldo al 100%, menor costo de crédito y muchas más
ventajas- condujo a lo que los economistas llamamos “riesgo moral.”
Este “riesgo moral” se concretó
cuando el gobierno de EU rescató financieramente a las entidades quebradas en
2008 debido al colapso hipotecario, con cuantiosos recursos de los
contribuyentes que dudosamente se recuperarán, mientras que los tenedores de
sus acciones perdieron el total de su inversión.
Seguiremos con esta historia de
horror.
Causa de la crisis en EU (II)
“¿Dónde estuvieron las numerosas
agencias reguladoras del gobierno con la misión de controlar los mercados
financieros? Con contadas excepciones, habían sido penetradas y conquistadas
por las entidades a las que tenían obligación de regular, lo que se llama en
economía “captura regulatoria.””
Manuel Suárez Mier
MARTES, 14 DE AGOSTO DE 2012
Sigo con la historia que inicié la semana pasada sobre
cómo un arreglo institucional perverso en el ámbito del crédito hipotecario en
los Estados Unidos gestó una terrible burbuja en los precios de los bienes
raíces que eventualmente condujo al colapso financiero iniciado en 2007 y cuya
superación no parece inminente.
Empiezo por ofrecer disculpas a
mis estimados lectores, varios de los cuales se quejaron de que no hubiera yo
mencionado los nombres de los autores del libro Reckless Endangerment. Se trata
de Gretchen Morgenson, reportera y columnista del New York Times y Joshua
Rosner, analista financiero independiente.
Su relato cubre dos décadas de
“innovaciones” en el mercado de créditos hipotecarios durante las cuales los
mínimos criterios prudenciales que lo habían caracterizado desde tiempos
inmemoriales se echaron por la borda cuando fue posible que los bancos que
otorgaban las hipotecas pudieran venderlas a terceros.
Esta desvinculación entre la
institución que concedía el crédito, al empaquetarse con otras hipotecas
similares y venderse a inversionistas en el mundo entero, representaba una
clara disminución del riesgo para el prestamista original por lo que podía
incurrir en mayores riesgos en subsecuentes créditos y, por lo tanto, cargar
más elevadas tasas de interés y proceder a venderlos de nuevo.
Las matemáticas y los modelos que
se desarrollaron para crear estos instrumentos financieros derivados
sustentados en créditos hipotecarios, eran de tal complejidad que pocos
expertos los entendían pero todo mundo confiaba en lo que se volvió el mantra de
esta industria: que al compartirse el riesgo éste disminuía.
Cuando Fanny Mae se dio cuenta de
la oportunidad de negocio y crecimiento que representaba el empaquetamiento y
venta de derivados hipotecarios, se lanzó con entusiasmo a desarrollarlo
involucrando en el camino a los grandes bancos de inversión, en particular
Goldman Sachs con el que tenía una relación muy estrecha.
¿Por qué tanto interés en estos
instrumentos financieros? Aquí es dónde embona la política monetaria expansiva
que mantuvo por largo tiempo el Sistema de la Reserva Federal que generó tasas
extraordinariamente bajas de interés, y una enorme liquidez a nivel global en
constante búsqueda de nuevos instrumentos de inversión.
El otro ingrediente esencial en
este esquema fue el que jugaron las agencias calificadoras de riesgo como
Standard & Poor’s y Moody’s, que sustentaron la tesis de que conforme se
ampliaba y diversificaba tanto el origen como la clientela de los instrumentos
financieros sustentados en créditos hipotecarios, su riesgo disminuiría.
La emisión de estos instrumentos
era enormemente rentable para las agencias calificadoras, mucho más de lo que
ganaban evaluando bonos municipales u otros instrumentos financieros, por lo
que sus incentivos estaban claramente alineados con el mayor crecimiento
posible de este mercado.
Como suele suceder en mercados
financieros que están en la víspera de explotar, la inercia para un cada vez
más acelerado crecimiento en la emisión de instrumentos derivados se aceleró y
mientras los precios seguían subiendo parecía que todo iba bien, aunque siempre
hubo algunas voces que alertaron del peligro inminente.
¿Dónde estaban en todo este
proceso las numerosas agencias reguladoras del gobierno con la misión de
controlar estos mercados e instituciones? Con contadas excepciones, habían sido
penetradas y conquistadas por las entidades a las que tenían obligación de
regular, lo que se llama en economía “captura regulatoria.”
Lo más grave de esta historia de
incompetencia, corrupción y ambición desenfrenada es que los responsables no
acabaron en la cárcel, como merecían, sino que ni siquiera han sido objeto de
censura y reprobación social. Al contrario, mantienen su status privilegiado
tanto en Wall Street como en la ciudad de Washington.
¿Qué remedio discurrieron el
gobierno de Barack Obama y el Congreso de EU para evitar que pudiera haber una
recurrencia de crisis? Primero, echarle la culpa a la desregulación financiera
de los años noventa y, a continuación, aprobar miles de páginas de legislación
que pretende, ahora sí, supervisar apropiadamente al sector.
Se crea un enorme número de
nuevas agencias burocráticas con la misión de regular todos los aspectos que
los legisladores, liderados por el diputado Barney Frank y el senador
Christopher Dodd, ambos aliados y protectores de Fanny Mae, consideraron que no
fueron debidamente supervisados con la legislación anterior.
Nada impide que las nuevas
agencias, que todavía tienen que encontrar su modus operandi y su interacción
con las anteriores, sean también capturadas por la industria financiera como ha
ocurrido sistemáticamente, y que la innovación de productos y vehículos de
inversión una vez más deje atrás la habilidad de los nuevos reguladores de
desempeñar un papel útil en prevenir la siguiente crisis.
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