lunes, 4 de junio de 2012

Un hombre modesto llamado Adam Smith, por Leo Rosten Traducción:Edgar Piña Ortiz


Un hombre modesto apellidado Smith

Por Leo Rosten
(Traducción: Edgar Piña Ortiz)


Se trata de un libro pesado, extenso, elefantino. Los hechos son asfixiantes, las digresiones interminables, su lectura es tan perturbadora como poco atractivo el título: Una Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Sin embargo, este texto es uno de los más destacados desempeños de la mente humana: una obra maestra de observación y análisis, de correlaciones ingeniosas, teorizaciones inspiradas y, sobre todo, un logro intelectual  persistente y de gran alcance.

Ironías encantadores rompen con frecuencia  su superficie densa:

"La resolución reciente de los cuáqueros de liberar a sus esclavos negros puede satisfacernos de que su número no puede ser muy grande… "

"El disfrute principal de los ricos consiste en el alarde de sus riquezas."

"Fundar un gran imperio con el único propósito de criar súbditos  no es apto para un nación de tenderos, pero es muy apto para una nación cuyo gobierno es influenciado por los comerciantes. "

Tan  comprensivo es  su alcance y tan  perspicaces son sus exploraciones,  que puede saltar, dentro de un esquema conceptual, de las minas de diamantes de Golconda al  precio de la plata china en el Perú; de las pesquerías de Holanda a la difícil situación de las prostitutas irlandesas en Londres. Este libro une miles de rarezas aparentemente no relacionadas a resultados de inesperadas consecuencias. Y la brillantez de su inteligencia "alumbra el mosaico de detalles", dice Schumpeter, "frotando los hechos hasta que brillen." A veces.

Adam Smith publicó La Riqueza de las Naciones en 1776 - no como un libro de texto, sino como una artillería crítica dirigida a los gobiernos que  conceden subsidios y  protección a  comerciantes, granjeros y fabricantes, contra la competencia "desleal" en casa o de las importaciones. Smith se propuso refutar la teoría mercantilista de la que esa política fluía. Él desafió a los poderosos intereses que se benefician de los mercados que no son libres, de los precios manipulados, de los aranceles y subsidios y de las formas obsoletas de  producir  las mercancías.
  
Adam Smith y su mundo

Hay que tener en cuenta el tipo de mundo en el que Smith vivía.

Diferentes tipos de dinero, de mediciones y pesos eran utilizados en las diversas   localidades de Gran Bretaña. En algunas ciudades, las leyes maniataban la mejora de la fabricación y castigaban a cualquiera que tratara de introducirla. Era un crimen prestar dinero a un tipo de interés mayor al establecido, a pesar de que los prestatarios estaban dispuestos a pagar más de lo que la ley permitía. Los negocios en sí eran vistos con recelo por los señores de la política y el privilegio, considerados como una actividad egoísta en el que la ganancia personal es lograda a expensas de los demás. Un mercado libre de bienes raíces o de trabajo, en el sentido moderno, no existía, tampoco las corporaciones.

Los gremios de los artesanos, al igual que los fabricantes favorecidos, pedían al rey que castigara los métodos de ahorro de trabajo: no era raro que nuevos métodos de cultivo fueran  abolidos por el Consejo Privado [1]. La  importación de manta  impresa era ilegal. Los agricultores, eran expulsados ​​de la tierra, para que las ovejas de los nobles pudieran pastar o para que los aristócratas llevaran a sus  perros de caza. Los campesinos eran azotados por cualquier motivo  o eran tatuados como  vagabundos.

La pobreza era aceptada como natural, incluso inevitable, parte del orden natural y producto de la voluntad divina. Gran Bretaña, se suponía, necesitaba de  un amplio suministro de indigentes: especialmente aquellos con fuertes espaldas,  manos hábiles y cabezas ignorantes. "¡Nada requiere más explicación que el comercio! ", se quejaba el doctor Johnson. Por comercio él entendía aquella estructura inmensa, no estudiada, de la producción, el comercio y los cálculos de los que se ocupa la economía.

Fue este mundo, este semi-orden feudal que se extendía desde el Cáucaso hasta el Atlántico, que Adam Smith diseccionó, clarificó y revolucionó. Otros teóricos habían meditado sobre partes aisladas de la vida económica, pero Smith atacó  el concepto central,  nuclear, de  la riqueza en sí misma: la riqueza no es el oro y la plata, como la doctrina Mercantilista daba por sentado, sino la suma total de recursos,  habilidades y  productos de una nación.

Él abogó por una nueva causa, el laissez faire -dejar hacer[2]-, en contra de las "evidentes" ventajas de contar con un gobierno  que oriente y controle las formas en que un país produce y vende sus alimentos y bienes.

Smith procedió a explicar con profusión de detalles que las supuestas ventajas eran ilusorias y falsas: si a todos los hombres se les permite actuar libremente, a trabajar cómo y dónde quieran, a cobrar los precios que otros estén dispuestos a pagar;  si a los hombres, se les da la mayor libertad para tratar de maximizar la ganancia personal; si todos los hombres actúan según su más egoísta interés propio, persiguiendo cualquier empresa que mejor satisfaga sus necesidades, su ambición y su codicia; si el gobierno mantiene sus manos fuera de la economía, entonces el resultado no será la anarquía o el caos o una jungla de  destructividad social, sino una armonía en la que las fuerzas automáticas de la oferta y la demanda, en un mercado libre sensible y resiliente, habrán de llevar a cabo la utilización más eficiente de los recursos (trabajo, tierra, capital, conocimientos, inteligencia, ingenio e inventiva) para asegurar las mayores y más  duraderas ventajas a una nación.

La libre competencia, no regulada, Smith argumentó audazmente, convierte "los intereses y pasiones de los hombres" en las consecuencias" más convenientes a los intereses de toda la sociedad "- como si una mano invisible las guiara, a pesar de las intenciones de rapaces terratenientes, comerciantes codiciosos y especuladores sin escrúpulos.

Fue una revelación impresionante del gran diseño que se esconde dentro del mundano, cotidiano, mundo de la producción y el comercio: el mejor garante del bienestar de los hombres, y la roca sobre la que descansa la libertad del hombre, es el sistema de ganancias. Smith incluso emitió la sentencia sorprendente de que las colonias de Gran Bretaña y la mano de obra de esclavos, eran más que un activo una situación de desventaja económica.

Smith ilustra este tema complejo y paradójico con ingenio sin igual, con una cascada incesante de hechos, razonamientos analíticos y hazañas del pensamiento. Y toda esa argumentación implacable e insistente llegó a concentrarse en una sola conclusión: el gobierno debe sacar y mantener las manos fuera de la economía.

Muchos hombres exclamaron, como muchos todavía lo hacen, que Adam Smith ofrece una apología del engrandecimiento desmesurado de los ricos a costa de los desamparados, de los pobres. Pero sólo aquellos que no lo han leído  pueden pensar de él como inhumano, o cínico, o como  apologista del orden perro-come-perro.

Fue Adam Smith,  no Carlos Marx, quien advirtió: "Ninguna sociedad puede prosperar cuando la mayor parte  de sus miembros son pobres y miserables". Él fustigó al orden social en el que una madre que ha dado veinte niños ve sólo a dos sobrevivir. También dijo que la producción en masa embrutecería la mente de los hombres a menos que el gobierno lo impidiera a través de una educación pública sólida. En la misma forma fue él quien  mostró cómo las carreteras de cuota  benefician a los ricos a costa de los pobres.

Smith sabía perfectamente bien que los empresarios son propensos a poseer una rapacidad  insana y un espíritu monopolista. Gente de la misma ocupación rara vez se junta sin inventar una conspiración contra el público. En un memorable pasaje típicamente seco y complicado de su libro observó: "No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino de la persecución de su propio interés”. Nos dirigimos a ellos no a su amor propio, y nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.

No son el menor de los encantos de Smith sus argumentos sagaces e irónicos. Los jueces desahogarían sus casos más rápido,  dijo, si fueran pagados por los litigantes en vez del gobierno.  Muchas sectas religiosas son con mucho, mejor para una nación que  una o dos, porque la necesidad de competir, aún en el campo de las persuasiones sagradas, llevaría a fomentar una:

"Religión pura y racional, libre de toda mezcla de absurdo, impostura o  fanatismo, como los hombres sabios de todas las épocas han querido ver establecida. El celo de los líderes religiosos puede ser peligroso sólo cuando hay una secta o dos, o tres, toleradas en la sociedad. Ese celo debe ser totalmente inofensivo, donde la sociedad se divide en dos o tres centenares de sectas, de las cuales ninguna se  consideraría una amenaza a la tranquilidad pública”.


Smith: vida y  carácter

¿Quién era este hombre que cambiaría la estructura intelectual del mundo?

Adam Smith nació en Escocia, en Kirkcaldy,  en 1723 y fue criado por su madre viuda. Brevemente secuestrado cuando niño por los gitanos trashumantes  y recuperado por su tío, entró en  una vida carente de drama. En la Universidad de Glasgow  se concentró en las matemáticas y  filosofía moral; luego fue a Oxford por siete años.

No podemos estar seguros de cuál era su aspecto: el mejor retrato de él fue hecho probablemente después de su muerte. Se le describe como si hubiera sido de mediana estatura, lleno pero no corpulento, con sus grandes ojos grises que brillaban con benignidad.

Él era un hombre tímido, que se avergonzaba ante los extraños y era muy distraído con las cosas ordinarias. Estaba profundamente dedicado a su madre, y nunca se casó. Después de que murió su madre, una prima soltera se ocupó de él: alguien tenía que hacerlo, porque  el profesor era notablemente distraído.

Una vez puso a hervir pan y mantequilla en vez de té. En cierta ocasión caminó quince millas por caminos rurales, aún en su bata de casa, absorto en un problema. En otro momento, cayó en un pozo porque no había mirado a dónde iba. Él caminaba a grandes zancadas en sus pantalones de montar y su sombrero de alas amplias, hablándose a sí mismo, totalmente ciego a su entorno, consumido por la concentración en alguna cuestión intelectual.

En 1751 fue nombrado para la cátedra de Lógica y luego de  Filosofía Moral en la
Universidad de Glasgow, donde alguna vez  fue amonestado por la nada escocesa frivolidad de sonreír  durante un servicio religioso.

Empezó como profesor de teología,  ética y  jurisprudencia, y ganó tal reputación como maestro que los estudiantes venían a él de lugares tan lejanos como Rusia. Esto es todavía más notable porque Smith tenía algún tipo de trastorno nervioso, a menudo vacilante en su discurso, y solía perderse  en la búsqueda de una idea tanto que era propenso a olvidar dónde estaba y  lo que se había propuesto demostrar.

Él nunca podría organizar sus pensamientos con facilidad o rapidez. Se paseaba arriba y abajo en su estudio, dictando a una secretaria, de repente divagando o persiguiendo una improvisada corazonada. Su mente era una inmensa biblioteca y un sistema de catalogación; poseía una memoria fenomenal.

Era un buen conversador, aunque disrítmico,  pero era un mejor oyente, que absorbía la información y puntos de vista de la conversación de los demás. Le gustaba la poesía y podía recitar a clásicos en inglés, latín, griego, francés e italiano, sin una falla. Fue profundamente  influenciado por David Hume, por sus escritos y su pensamiento. Ellos fueron amigos cercanos. Smith estuvo en  el lecho de muerte de Hume y escribió un conmovedor relato de las últimas horas del filósofo.
 
Smith no podía resistirse a comprar libros. Reunió una biblioteca personal enorme en temas de  historia, ciencia, astronomía,  filosofía y  física. Amaba la vida de los clubes intelectuales, en Edimburgo y Londres en particular, en la que se deleitaba en la réplica brillante y el discurso erudito de los hombres que en  la historia se sitúan entre los inmortales: Edmundo Burke, Samuel Johnson, Edward Gibbon.

A la edad de treinta y seis Smith publicó sus conferencias de la universidad en un volumen titulado  La Teoría de los Sentimientos Morales. Es una investigación de cómo pueden ser explicados los juicios morales del hombre, considerando que los hombres son impulsados principalmente por su interés propio. Smith da por sentado que existen propensiones sociales a la  simpatía, la justicia y la  benevolencia.

En una incursión brillante en la psicología, él define la simpatía como la capacidad humana de sentir por los demás  imaginándose a sí mismo en el lugar del otro, como si fuera un espectador imparcial. Esta construcción se anticipa al  imperativo categórico de Kant  y lo que la psiquiatría moderna llama la identificación y la empatía.

La Teoría de los Sentimientos Morales trajo a Smith fama internacional. Uno de sus admiradores era el Ministro de Hacienda[3], quien invitó a Smith a tutorar a su hijo: a llevar al  joven duque, de hecho, a un  Grand Tour por países de Europa.

Smith se dirigió hacia el continente con su alumno en 1763. Conoció al gran Voltaire en Ginebra y pasó casi un año en París, donde discutió sobre economía política con Turgot, Necker, y varias luminarias del prestigioso círculo de los filósofos. Quesnay,  médico de la señora Pompadour, expuso a Smith la doctrina de la Fisiócratas, que sostenían que la riqueza nacional no debía de ser medida como la suma de la disponibilidad de oro y plata en Tesorería, sino como la producción total que una nación crea. Quesnay creía que sólo los agricultores producen riqueza real y omitía considerar las operaciones fructíferas del empresario, el gerente, el planificador, el tomador de riesgos

Cuando Smith regresó a Kirkcaldy, se estableció para dedicarse a su investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza nacional. Él había meditado el problema hasta entonces por  más de veinticinco años. A menudo lo había discutido en Edimburgo, frecuentemente con David Hume, también  en Londres y en  Francia. Procedió a dictar su obra maestra, poco a poco, vacilante, interrumpiendo de vez en cuando para viajar a Londres y consultar a otros sobre problemas especiales. (Benjamín Franklin le dio información muy valiosa acerca de la economía y el comercio de las colonias.)


La riqueza de las naciones y su impacto

Le llevó a Adam Smith diez años para dictar y modificar La Riqueza de las Naciones. Él la concibió como una secuela de La Teoría de los Sentimientos Morales y no deberíamos de  olvidar que nunca dejó de analizar el comportamiento humano y las obligaciones morales. Smith no solía pensar de sí mismo simplemente como un economista: él era un filósofo, un teórico de la  psicología, un sociólogo, un analista de las instituciones políticas y sociales.

Él era realmente  un intelectual del siglo dieciocho. Examinó la conducta de los hombres en una constante búsqueda de los porqués éticos y los deberes  morales. Y debido a que es una secuela, La Riqueza de las Naciones acepta, y no trata de subrayar, lo que Adam Smith había enfatizado en su trabajo anterior: que el hombre, a pesar de su rapaz y codicioso apetito, es una criatura social, puesto en esta tierra para los propósitos de Dios. Sus críticos olvidan que el elemento central de todo el pensamiento de Smith es su firme convicción acerca de las más nobles inclinaciones sociales del hombre: el instinto de  simpatía, el sentido de benevolencia y el impulso a la Justicia.

Smith demostró que un verdadero mercado libre es una enorme y sensitiva cabina de votar. Porque comprar un artículo o un servicio es votar por él  y en contra de otros menos deseados, más costosos o menos útiles. Por lo tanto, los precios reflejan de una manera justa la utilidad (o la demanda) y operan, en sus fluctuaciones, para reasignar y canalizar  los recursos con eficiencia e imparcialidad, premiando la eficiencia, la calidad y la mejora de los servicios. El poder de decisión se ejerce en el más democrático de todos los métodos: por el humilde cliente individual, soberano.  

Sostiene Smith que la magia de la división del trabajo, la especialización de las competencias, el fomento de la creatividad, la experimentación y la innovación, todo energizado por la potente atracción magnética de los beneficios personales y la adquisición personal de  riquezas, sirven para guiar a la humanidad a la "opulencia universal." Y la libertad de empresa, de arriesgarse a ganar  o a perder, en un mercado libre y despolitizado, debe alimentar, como ningún otro sistema económico posible, el crecimiento y la fortaleza de la invaluable libertad individual.

Smith demostró que el comprador obtiene  no menos beneficios que el vendedor (una idea poco convencional en ese tiempo); que las importaciones de Inglaterra son valiosas para los que las compran y proveen además a otras naciones el dinero para comprar las exportaciones de Inglaterra. El comercio internacional, Smith sostenía, debe reducir las fricciones internacionales y promover la paz internacional.

Smith nunca trató de evadir o racionalizar lo que sus ojos y su mente le decían: "Los propietarios", dijo, "desean cosechar donde nunca sembraron". Ellos son propensos a "la violencia, la rapiña y el desorden." Los hombres de negocios, en general, procuran satisfacer "la más mala y más sórdida de las vanidades”.

También sabía que un sistema de empresa privado de favores especiales y reglas respaldadas por el poder gubernamental, sería peleado con uñas y dientes por "la insolente indignación de monopolistas furiosos y decepcionados”. Él sabía que iba a ser ridiculizado y mal interpretado por "ese animal insidioso y astuto: los políticos."

Pero su análisis lo llevó a una meta inalterable: el gobierno debe hacer cumplir la competencia, castigando a cualquiera que conspire para manipular  precios o repartirse los mercados o restringir la producción.

Adam Smith sabía que en los asuntos humanos lo mejor debe ceder el paso a lo obtenible, lo que es lógico a lo que es posible. Estaba a favor de ciertas obras públicas y salidas del libre comercio - para la defensa nacional, por ejemplo. Denunció la primogenitura, la costumbre consagrada en virtud del cual sólo los hijos mayores podían heredar  la tierra. En un pasaje que cualquier teórico socialista estaría orgulloso de haber escrito dice:

 "Esta costumbre se basa en la más absurda de todas las suposiciones, la suposición de que cada generación sucesiva de los hombres no tiene el mismo derecho a la tierra, y a todo lo que posee, por lo que la propiedad de la generación actual debe ser restringida y regulada de acuerdo al capricho de los que murieron hace unos 500 años... "

"Rara vez ocurre...que un gran propietario es un buen  mejorador. Porque mejorar la tierra con ganancias... requiere una atención exacta de los pequeños ahorros y los  pequeños beneficios; un hombre nacido de una gran fortuna es muy rara vez capaz de esto. "

"Cada generación tiene el mismo derecho a la tierra y a todo lo que posee."

Muchas personas no se dan cuenta de que La Riqueza de las Naciones es un tour de force, una hazaña de la psicología y la sociología, no menos que de economía. Ofrece a la humanidad un esquema teórico que, por primera vez, abarca las multitudinarias complejidades de la economía política.

El trabajo es tan rico, tan germinal, que durante un siglo proveyó a los reyes de Europa, a primeros ministros, filósofos y políticos, su concepción básica de la conducta humana, y guió sus recetas para el progreso. El efecto de Adam Smith en  hombres como Pitt, o Stein de Prusia, o Gentz ​​de Austria, y su influencia en hombres de Estado,  teóricos sociales, ministros de comercio, sería difícil de  exagerar.

Smith transformó la manera en que la gente pensaba acerca de la economía privada o el orden público. El colocó  el bienestar nacional por encima del interés especial de los potentados  y los privilegiados: los señores gobernantes, la aristocracia terrateniente, los románticos, los impacientes constructores del Imperio y también por encima de los intereses especiales de los agresivos comerciantes, importadores y exportadores.

Él anunció un nuevo tipo de libertad. Prácticamente fundó una fe secular - el individualismo - y La Riqueza de las Naciones se convirtió en su Biblia. "Al lado de Napoleón," un historiador llegó a la conclusión,  Adam Smith fue "el más poderoso monarca de Europa."

Él nunca pensó que su sistema  era perfecto; pero demostró que era mucho mejor que cualquiera que existía, porque su modelo económico funciona independiente de los motivos personales de los hombres o de sus metas monetarias: se rige y está regulado por poderosas leyes impersonales. Había pensado más profundo, más y mejor que nadie sobre la dinámica de un orden económico y había  percibido el equilibrio oculto de interacciones entre las fuerzas contendientes.

Adam Smith no inventó la economía, ni la elevo a ciencia  por su propia mano. Su obra le debe mucho a Hutcheson, a Hume, a Quesnay, a Turgot; a John Locke, quien discernió  que las leyes sociales son similares a las fuerzas de la naturaleza. También  le debe mucho al astuto Dudley North, quien había relacionado  la oferta con  la demanda, previó las funciones del interés y la renta, entendió el proceso de equilibrio en los movimientos de oro y elogió los amplios beneficios nacionales del libre comercio.

Sin embargo, Smith fue sin duda el gran arquitecto de la economía  y sigue siendo su principal teórico. Los talentosos economistas que lo siguieron - Ricardo, John Stuart Mill, Bastiat, Karl Marx, Alfred Marshall, Irving Fisher, John Maynard Keynes, Beveridge, Hayek, Schumpeter - todos comenzaron, como todo economista debe, con el estupendo esquema de Adam Smith.

El sistema no era (no podía ser) uno sin defectos graves y no resueltos. Incluso la competencia perfecta, señala Paul Samuelson, “podría conducir a inválidos hambrientos, a niños desnutridos, y a la perpetuación de una gran desigualdad por  generaciones o para siempre. Si Smith estuviera vivo, estaría de acuerdo con esto”. Es casi seguro que lo haría.

Smith no previó las consecuencias  fantásticas de la Revolución Industrial: el papel de las gigantescas corporaciones, el poder de los sindicatos, el problema de los ciclos económicos. Tampoco podía prever cómo depresiones catastróficas, guerras espantosas y desempleos masivos, generarían el odio más violento para el sistema capitalista, generador de ganancias,  sin conciencia.

Las dificultades visibles de la vida han animado los movimientos de gran alcance para la reforma social. La ayuda gubernamental a los desposeídos - granjero o trabajador, artesano o arrendatario - se convirtió en el grito de batalla de los intelectuales, los reformistas y los sindicatos. El hambre, la pérdida de empleos, el trabajo inalcanzable, son los males intolerables para las víctimas inocentes de las vicisitudes del libre mercado.

Entender el capitalismo y sus consecuencias requiere un grado de sofisticación que es mucho menos frecuente  que las compasivas  simplificaciones. En la competencia por el apoyo político, los llamamientos humanitarios ahogan  las seguridades que traerían los reajustes. Y un persistente sentido de culpa acerca de su auto-enriquecimiento debilita a aquellos que, es de suponer, serían los más firmes defensores del capitalismo.

Las simples promesas de un orden social humano, han puesto en marcha los estados de bienestar para responder a las demandas de los millones de personas. Porque los seres humanos quieren seguridad, no menos que  libertad, la gente busca una participación equitativa de la justicia no menos que salarios más altos por su trabajo. ¿No es sorprendente que la brecha entre los muy ricos y los muy pobres, entre los lujos burgueses y la miseria generalizada, entre los discriminatorios  efectos de la inflación o la deflación, entre los lucros de la guerra  y horrores de la misma, llevara a los hombres a la protesta revolucionaria? Aunque nunca hubieran existido Marx o Engels, las muy objetivas operaciones del capitalismo habrían impuesto penalidades económicas a grupos que, más temprano que tarde, estarían enfurecidos contra él.  

La gente puede querer la libertad, pero también quiere un seguro contra los riesgos  inherentes a la libertad. ¿Cómo puede el sistema  laissez faire ganar la simpatía de los débiles, los torpes, los negligentes, los ineptos? Aquellos que fallan - los incompetentes o imprudentes, los perezosos o la totalidad de aquellos a quienes el Señor le dio talentos mediocres y aspiraciones extravagantes - no logran  comprender o aceptar los efectos objetivos del mercado. Individuos diligentes no pueden  estar en contra de los veredictos desmoralizantes de la competencia. ¿Cómo pueden aquellos maltratados por la enfermedad o la vejez o la desgracia absoluta,  filosóficamente aceptar su perspectiva sin esperanza?       ¿Les puede  importar  un sistema que no parece  preocuparse por ellos?

Es una locura esperar que los desposeídos, los confundidos, los trabajadores no calificados, los necios, los despreciados, los inseguros, los desempleados, los dominados por la emoción, los impacientes, los ineptos, los fracasados de este mundo deban  aceptar un esquema oscuro, inalcanzable,  al cual de hecho, ellos culpan de su adversidad inmerecida y derrotas injustificadas. El punto crucial de la democracia es que los hombres que son demasiado pobres como para emitir votos significativos en el mercado de consumo, emiten numerosos votos en las urnas electorales.

Sin embargo, habiendo dicho todo esto, y creyendo  en su veracidad y sus efectos, lo que es más increíble de Adam Smith es que son más frecuentes sus aciertos que sus errores.  

El fue para la economía lo que Newton fue a la física o Darwin para el estudio de la humanidad: un gigante en el reino de la inteligencia. El maestro animoso  y distraído, analista del grande e invisible  esquema que da forma a un millón de actos y cálculos variantes, en un todo armónico y benéfico,  estaba lejos de ser el sacerdote disecado de lo que Carlyle llamó "la ciencia funesta".

La mejor forma de medir la contribución de Adam Smith a la humanidad es la siguiente: mencione los seis libros que usted piensa que han marcado con más profundidad a nuestro mundo. Comience con la Biblia. Incluya el Principia de Newton y El Origen de las Especies de Darwin. Ahora, ¿puede usted nombrar tres más sin incluir ese fabuloso producto de una época, La Riqueza de las Naciones?



[1] Nota del Traductor: Un Concejo Privado  (Privy  Council) es un cuerpo que aconseja al jefe de estado de una nación, típicamente, aunque no siempre, en el contexto de un gobierno monárquico. La palabra  "privy" significa "privado" o "secreto"; así, un Concejo Privado era originalmente un comité de los más cercanos consejeros de un monarca que le daba asesoría confidencial en asuntos de gobierno. 
[2] La frase era de Gournay y por extraño que parezca  Smith nunca la usó.
[3] En 1763 el poderoso aristócrata Charles Townshend ofreció a Smith una pensión vitalicia a cambio de que sirviera como tutor de su hijastro, el III Duque de Buccleuch, durante un viaje de tres años por Suiza y Francia.

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