Un hombre modesto apellidado
Smith
Por Leo Rosten
(Traducción: Edgar Piña Ortiz)
Se trata de un libro pesado, extenso, elefantino.
Los hechos son asfixiantes, las digresiones interminables, su lectura es tan
perturbadora como poco atractivo el título: Una
Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones. Sin
embargo, este texto es uno de los más destacados desempeños de la mente humana:
una obra maestra de observación y análisis, de correlaciones ingeniosas,
teorizaciones inspiradas y, sobre todo, un logro intelectual persistente y de gran alcance.
Ironías encantadores rompen con frecuencia su superficie densa:
"La resolución reciente de los cuáqueros de liberar a sus esclavos
negros puede satisfacernos de que su número no puede ser muy grande… "
"El disfrute principal de los ricos consiste en el alarde de sus
riquezas."
"Fundar un gran imperio con el único propósito de criar súbditos no es apto para un nación de tenderos, pero es
muy apto para una nación cuyo gobierno es influenciado por los comerciantes.
"
Tan
comprensivo es su alcance y
tan perspicaces son sus exploraciones, que puede saltar, dentro de un esquema
conceptual, de las minas de diamantes de Golconda al precio de la plata china en el Perú; de las
pesquerías de Holanda a la difícil situación de las prostitutas irlandesas en
Londres. Este libro une miles de rarezas aparentemente no relacionadas a resultados
de inesperadas consecuencias. Y la brillantez de su inteligencia "alumbra el
mosaico de detalles", dice Schumpeter, "frotando los hechos hasta que
brillen." A veces.
Adam Smith publicó La Riqueza de las Naciones en 1776 - no como un libro de texto,
sino como una artillería crítica dirigida a los gobiernos que conceden subsidios y protección a
comerciantes, granjeros y fabricantes, contra la competencia
"desleal" en casa o de las importaciones. Smith se propuso refutar la
teoría mercantilista de la que esa política fluía. Él desafió a los poderosos
intereses que se benefician de los mercados que no son libres, de los precios
manipulados, de los aranceles y subsidios y de las formas obsoletas de producir las mercancías.
Adam Smith y su mundo
Hay que tener en cuenta el tipo de mundo en el que
Smith vivía.
Diferentes tipos de dinero, de mediciones y pesos eran
utilizados en las diversas localidades de Gran Bretaña. En algunas
ciudades, las leyes maniataban la mejora de la fabricación y castigaban a
cualquiera que tratara de introducirla. Era un crimen prestar dinero a un tipo
de interés mayor al establecido, a pesar de que los prestatarios estaban dispuestos
a pagar más de lo que la ley permitía. Los negocios en sí eran vistos con
recelo por los señores de la política y el privilegio, considerados como una
actividad egoísta en el que la ganancia personal es lograda a expensas de los
demás. Un mercado libre de bienes raíces o de trabajo, en el sentido moderno,
no existía, tampoco las corporaciones.
Los gremios de los artesanos, al igual que los fabricantes
favorecidos, pedían al rey que castigara los métodos de ahorro de trabajo: no
era raro que nuevos métodos de cultivo fueran abolidos por el Consejo Privado [1]. La
importación de manta impresa era ilegal. Los agricultores, eran expulsados
de la tierra, para que las ovejas de los nobles pudieran pastar o para que
los aristócratas llevaran a sus perros
de caza. Los campesinos eran azotados por cualquier motivo o eran tatuados como vagabundos.
La pobreza era aceptada como natural, incluso
inevitable, parte del orden natural y producto de la voluntad divina. Gran
Bretaña, se suponía, necesitaba de un
amplio suministro de indigentes: especialmente aquellos con fuertes espaldas, manos hábiles y cabezas ignorantes.
"¡Nada requiere más explicación que el comercio! ", se quejaba el
doctor Johnson. Por comercio él entendía aquella estructura inmensa, no
estudiada, de la producción, el comercio y los cálculos de los que se ocupa la
economía.
Fue este mundo, este semi-orden feudal que se
extendía desde el Cáucaso hasta el Atlántico, que Adam Smith diseccionó, clarificó
y revolucionó. Otros teóricos habían meditado sobre partes aisladas de la vida
económica, pero Smith atacó el concepto central, nuclear, de la riqueza en sí misma: la riqueza no es el
oro y la plata, como la doctrina Mercantilista daba por sentado, sino la suma
total de recursos, habilidades y productos de una nación.
Él abogó por una nueva causa, el laissez
faire -dejar hacer[2]-,
en contra de las "evidentes" ventajas de contar con un gobierno que oriente y controle las formas en que un
país produce y vende sus alimentos y bienes.
Smith procedió a explicar con profusión de detalles
que las supuestas ventajas eran ilusorias y falsas: si a todos los hombres se les
permite actuar libremente, a trabajar cómo y dónde quieran, a cobrar los
precios que otros estén dispuestos a pagar; si a los hombres, se les da la mayor libertad
para tratar de maximizar la ganancia personal; si todos los hombres actúan
según su más egoísta interés propio, persiguiendo cualquier empresa que mejor
satisfaga sus necesidades, su ambición y su codicia; si el gobierno mantiene sus
manos fuera de la economía, entonces el resultado no será la anarquía o el caos
o una jungla de destructividad social,
sino una armonía en la que las fuerzas automáticas de la oferta y la demanda,
en un mercado libre sensible y resiliente, habrán de llevar a cabo la
utilización más eficiente de los recursos (trabajo, tierra, capital,
conocimientos, inteligencia, ingenio e inventiva) para asegurar las mayores y más duraderas ventajas a una nación.
La libre competencia, no regulada, Smith argumentó
audazmente, convierte "los intereses y pasiones de los hombres" en las
consecuencias" más convenientes a los intereses de toda la sociedad
"- como si una mano invisible las guiara, a pesar de las intenciones de
rapaces terratenientes, comerciantes codiciosos y especuladores sin escrúpulos.
Fue una revelación impresionante del gran diseño
que se esconde dentro del mundano, cotidiano, mundo de la producción y el
comercio: el mejor garante del bienestar de los hombres, y la roca sobre la que
descansa la libertad del hombre, es el sistema de ganancias. Smith incluso emitió
la sentencia sorprendente de que las colonias de Gran Bretaña y la mano de obra
de esclavos, eran más que un activo una situación de desventaja económica.
Smith ilustra este tema complejo y paradójico con
ingenio sin igual, con una cascada incesante de hechos, razonamientos
analíticos y hazañas del pensamiento. Y toda esa argumentación implacable e
insistente llegó a concentrarse en una sola conclusión: el gobierno debe sacar
y mantener las manos fuera de la economía.
Muchos hombres exclamaron, como muchos todavía lo
hacen, que Adam Smith ofrece una apología del engrandecimiento desmesurado de
los ricos a costa de los desamparados, de los pobres. Pero sólo aquellos que no
lo han leído pueden pensar de él como
inhumano, o cínico, o como apologista
del orden perro-come-perro.
Fue Adam Smith,
no Carlos Marx, quien advirtió: "Ninguna sociedad puede prosperar
cuando la mayor parte de sus miembros
son pobres y miserables". Él fustigó al orden social en el que una madre
que ha dado veinte niños ve sólo a dos sobrevivir. También dijo que la
producción en masa embrutecería la mente de los hombres a menos que el gobierno
lo impidiera a través de una educación pública sólida. En la misma forma fue él
quien mostró cómo las carreteras de
cuota benefician a los ricos a costa de
los pobres.
Smith sabía perfectamente bien que los empresarios
son propensos a poseer una rapacidad insana
y un espíritu monopolista. Gente de la misma ocupación rara vez se junta sin
inventar una conspiración contra el público. En un memorable pasaje típicamente
seco y complicado de su libro observó: "No es de la benevolencia del
carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino de la
persecución de su propio interés”. Nos dirigimos a ellos no a su amor propio, y
nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas.
No son el menor de los encantos de Smith sus
argumentos sagaces e irónicos. Los jueces desahogarían sus casos más
rápido, dijo, si fueran pagados por los litigantes
en vez del gobierno. Muchas sectas
religiosas son con mucho, mejor para una nación que una o dos, porque la necesidad de competir,
aún en el campo de las persuasiones sagradas, llevaría a fomentar una:
"Religión pura y racional, libre de toda mezcla de absurdo,
impostura o fanatismo, como los hombres
sabios de todas las épocas han querido ver establecida. El celo de los líderes
religiosos puede ser peligroso sólo cuando hay una secta o dos, o tres,
toleradas en la sociedad. Ese celo debe ser totalmente inofensivo, donde la
sociedad se divide en dos o tres centenares de sectas, de las cuales ninguna se
consideraría una amenaza a la
tranquilidad pública”.
Smith: vida y carácter
¿Quién era este hombre que cambiaría la estructura
intelectual del mundo?
Adam Smith nació en Escocia, en Kirkcaldy, en 1723 y fue criado por su madre viuda.
Brevemente secuestrado cuando niño por los gitanos trashumantes y recuperado por su tío, entró en una vida carente de drama. En la Universidad
de Glasgow se concentró en las
matemáticas y filosofía moral; luego fue
a Oxford por siete años.
No podemos estar seguros de cuál era su aspecto: el
mejor retrato de él fue hecho probablemente después de su muerte. Se le
describe como si hubiera sido de mediana estatura, lleno pero no corpulento, con
sus grandes ojos grises que brillaban con benignidad.
Él era un hombre tímido, que se avergonzaba ante
los extraños y era muy distraído con las cosas ordinarias. Estaba profundamente
dedicado a su madre, y nunca se casó. Después de que murió su madre, una prima soltera
se ocupó de él: alguien tenía que hacerlo, porque el profesor era notablemente distraído.
Una vez puso a hervir pan y mantequilla en vez de té.
En cierta ocasión caminó quince millas por caminos rurales, aún en su bata de
casa, absorto en un problema. En otro momento, cayó en un pozo porque no había
mirado a dónde iba. Él caminaba a grandes zancadas en sus pantalones de montar y
su sombrero de alas amplias, hablándose a sí mismo, totalmente ciego a su
entorno, consumido por la concentración en alguna cuestión intelectual.
En 1751 fue nombrado para la cátedra de Lógica y
luego de Filosofía Moral en la
Universidad de Glasgow, donde alguna vez fue amonestado por la nada escocesa frivolidad
de sonreír durante un servicio
religioso.
Empezó como profesor de teología, ética y
jurisprudencia, y ganó tal reputación como maestro que los estudiantes
venían a él de lugares tan lejanos como Rusia. Esto es todavía más notable
porque Smith tenía algún tipo de trastorno nervioso, a menudo vacilante en su discurso,
y solía perderse en la búsqueda de una
idea tanto que era propenso a olvidar dónde estaba y lo que se había propuesto demostrar.
Él nunca podría organizar sus pensamientos con
facilidad o rapidez. Se paseaba arriba y abajo en su estudio, dictando a una
secretaria, de repente divagando o persiguiendo una improvisada corazonada. Su
mente era una inmensa biblioteca y un sistema de catalogación; poseía una
memoria fenomenal.
Era un buen conversador, aunque disrítmico, pero era un mejor oyente, que absorbía la
información y puntos de vista de la conversación de los demás. Le gustaba la
poesía y podía recitar a clásicos en inglés, latín, griego, francés e italiano,
sin una falla. Fue profundamente
influenciado por David Hume, por sus escritos y su pensamiento. Ellos
fueron amigos cercanos. Smith estuvo en
el lecho de muerte de Hume y escribió un conmovedor relato de las
últimas horas del filósofo.
Smith no podía resistirse a comprar libros. Reunió una
biblioteca personal enorme en temas de historia, ciencia, astronomía, filosofía y física. Amaba la vida de los clubes
intelectuales, en Edimburgo y Londres en particular, en la que se deleitaba en
la réplica brillante y el discurso erudito de los hombres que en la historia se sitúan entre los inmortales:
Edmundo Burke, Samuel Johnson, Edward Gibbon.
A la edad de treinta y seis Smith publicó sus
conferencias de la universidad en un volumen titulado La
Teoría de los Sentimientos Morales. Es una investigación de cómo pueden ser
explicados los juicios morales del hombre, considerando que los hombres son
impulsados principalmente por su interés propio. Smith da por sentado que
existen propensiones sociales a la
simpatía, la justicia y la benevolencia.
En una incursión brillante en la psicología, él
define la simpatía como la capacidad humana de sentir por los demás imaginándose a sí mismo en el lugar del otro,
como si fuera un espectador imparcial. Esta construcción se anticipa al imperativo categórico de Kant y lo que la psiquiatría moderna llama la
identificación y la empatía.
La Teoría
de los Sentimientos Morales trajo a Smith
fama internacional. Uno de sus admiradores era el Ministro de Hacienda[3],
quien invitó a Smith a tutorar a su hijo: a llevar al joven duque, de hecho, a un Grand Tour por países de Europa.
Smith se dirigió hacia el continente con su alumno
en 1763. Conoció al gran Voltaire en Ginebra y pasó casi un año en París, donde
discutió sobre economía política con Turgot, Necker, y varias luminarias del prestigioso
círculo de los filósofos. Quesnay, médico
de la señora Pompadour, expuso a Smith la doctrina de la Fisiócratas, que
sostenían que la riqueza nacional no debía de ser medida como la suma de la disponibilidad
de oro y plata en Tesorería, sino como la producción total que una nación crea.
Quesnay creía que sólo los agricultores producen riqueza real y omitía
considerar las operaciones fructíferas del empresario, el gerente, el
planificador, el tomador de riesgos
Cuando Smith regresó a Kirkcaldy, se estableció
para dedicarse a su investigación sobre la naturaleza y las causas de la
riqueza nacional. Él había meditado el problema hasta entonces por más de veinticinco años. A menudo lo había
discutido en Edimburgo, frecuentemente con David Hume, también en Londres y en Francia. Procedió a dictar su obra maestra,
poco a poco, vacilante, interrumpiendo de vez en cuando para viajar a Londres y
consultar a otros sobre problemas especiales. (Benjamín Franklin le dio
información muy valiosa acerca de la economía y el comercio de las colonias.)
La riqueza de las naciones y su impacto
Le llevó a Adam Smith diez años para dictar y
modificar La Riqueza de las Naciones. Él
la concibió como una secuela de La Teoría
de los Sentimientos Morales y no deberíamos de olvidar que nunca dejó de analizar el
comportamiento humano y las obligaciones morales. Smith no solía pensar de sí
mismo simplemente como un economista: él era un filósofo, un teórico de la psicología, un sociólogo, un analista de las
instituciones políticas y sociales.
Él era realmente un intelectual del siglo dieciocho. Examinó la
conducta de los hombres en una constante búsqueda de los porqués éticos y los
deberes morales. Y debido a que es una
secuela, La Riqueza de las Naciones acepta,
y no trata de subrayar, lo que Adam Smith había enfatizado en su trabajo
anterior: que el hombre, a pesar de su rapaz y codicioso apetito, es una
criatura social, puesto en esta tierra para los propósitos de Dios. Sus
críticos olvidan que el elemento central de todo el pensamiento de Smith es su
firme convicción acerca de las más nobles inclinaciones sociales del hombre: el
instinto de simpatía, el sentido de
benevolencia y el impulso a la Justicia.
Smith demostró que un verdadero mercado libre es
una enorme y sensitiva cabina de votar. Porque comprar un artículo o un
servicio es votar por él y en contra de
otros menos deseados, más costosos o menos útiles. Por lo tanto, los precios
reflejan de una manera justa la utilidad (o la demanda) y operan, en sus
fluctuaciones, para reasignar y canalizar
los recursos con eficiencia e imparcialidad, premiando la eficiencia, la
calidad y la mejora de los servicios. El poder de decisión se ejerce en el más
democrático de todos los métodos: por el humilde cliente individual, soberano.
Sostiene Smith que la magia de la división del
trabajo, la especialización de las competencias, el fomento de la creatividad,
la experimentación y la innovación, todo energizado por la potente atracción
magnética de los beneficios personales y la adquisición personal de riquezas, sirven para guiar a la humanidad a
la "opulencia universal." Y la libertad de empresa, de arriesgarse a
ganar o a perder, en un mercado libre y
despolitizado, debe alimentar, como ningún otro sistema económico posible, el
crecimiento y la fortaleza de la invaluable libertad individual.
Smith demostró que el comprador obtiene no menos beneficios que el vendedor (una idea
poco convencional en ese tiempo); que las importaciones de Inglaterra son
valiosas para los que las compran y proveen además a otras naciones el dinero
para comprar las exportaciones de Inglaterra. El comercio internacional, Smith
sostenía, debe reducir las fricciones internacionales y promover la paz
internacional.
Smith nunca trató de evadir o racionalizar lo que
sus ojos y su mente le decían: "Los propietarios", dijo, "desean
cosechar donde nunca sembraron". Ellos son propensos a "la violencia,
la rapiña y el desorden." Los hombres de negocios, en general, procuran
satisfacer "la más mala y más sórdida de las vanidades”.
También sabía que un sistema de empresa privado de
favores especiales y reglas respaldadas por el poder gubernamental, sería
peleado con uñas y dientes por "la insolente indignación de monopolistas
furiosos y decepcionados”. Él sabía que iba a ser ridiculizado y mal
interpretado por "ese animal insidioso y astuto: los políticos."
Pero su análisis lo llevó a una meta inalterable:
el gobierno debe hacer cumplir la competencia, castigando a cualquiera que
conspire para manipular precios o
repartirse los mercados o restringir la producción.
Adam Smith sabía que en los asuntos humanos lo
mejor debe ceder el paso a lo obtenible, lo que es lógico a lo que es posible.
Estaba a favor de ciertas obras públicas y salidas del libre comercio - para la
defensa nacional, por ejemplo. Denunció la primogenitura, la costumbre
consagrada en virtud del cual sólo los hijos mayores podían heredar la tierra. En un pasaje que cualquier teórico socialista
estaría orgulloso de haber escrito dice:
"Esta costumbre se basa en la más absurda de todas las
suposiciones, la suposición de que cada generación sucesiva de los hombres no
tiene el mismo derecho a la tierra, y a todo lo que posee, por lo que la
propiedad de la generación actual debe ser restringida y regulada de acuerdo al
capricho de los que murieron hace unos 500 años... "
"Rara vez ocurre...que un gran propietario es un buen mejorador. Porque mejorar la tierra con ganancias...
requiere una atención exacta de los pequeños ahorros y los pequeños beneficios; un hombre nacido de una
gran fortuna es muy rara vez capaz de esto. "
"Cada generación tiene el mismo derecho a la tierra y a todo lo que
posee."
Muchas personas no se dan cuenta de que La Riqueza de las Naciones es un tour de force, una hazaña de la
psicología y la sociología, no menos que de economía. Ofrece a la humanidad un esquema
teórico que, por primera vez, abarca las multitudinarias complejidades de la
economía política.
El trabajo es tan rico, tan germinal, que durante
un siglo proveyó a los reyes de Europa, a primeros ministros, filósofos y políticos,
su concepción básica de la conducta humana, y guió sus recetas para el progreso.
El efecto de Adam Smith en hombres como Pitt,
o Stein de Prusia, o Gentz de Austria, y su influencia en hombres de Estado, teóricos sociales, ministros de comercio, sería
difícil de exagerar.
Smith transformó la manera en que la gente pensaba
acerca de la economía privada o el orden público. El colocó el bienestar nacional por encima del interés
especial de los potentados y los
privilegiados: los señores gobernantes, la aristocracia terrateniente, los
románticos, los impacientes constructores del Imperio y también por encima de
los intereses especiales de los agresivos comerciantes, importadores y
exportadores.
Él anunció un nuevo tipo de libertad. Prácticamente
fundó una fe secular - el individualismo - y La Riqueza de las Naciones se convirtió en su Biblia. "Al lado
de Napoleón," un historiador llegó a la conclusión, Adam Smith fue "el más poderoso monarca
de Europa."
Él nunca pensó que su sistema era perfecto; pero demostró que era mucho
mejor que cualquiera que existía, porque su modelo económico funciona
independiente de los motivos personales de los hombres o de sus metas
monetarias: se rige y está regulado por poderosas leyes impersonales. Había
pensado más profundo, más y mejor que nadie sobre la dinámica de un orden
económico y había percibido el
equilibrio oculto de interacciones entre las fuerzas contendientes.
Adam Smith no inventó la economía, ni la elevo a
ciencia por su propia mano. Su obra le debe
mucho a Hutcheson, a Hume, a Quesnay, a Turgot; a John Locke, quien
discernió que las leyes sociales son
similares a las fuerzas de la naturaleza. También le debe mucho al astuto Dudley North, quien
había relacionado la oferta con la demanda, previó las funciones del interés y
la renta, entendió el proceso de equilibrio en los movimientos de oro y elogió
los amplios beneficios nacionales del libre comercio.
Sin embargo, Smith fue sin duda el gran arquitecto de
la economía y sigue siendo su principal
teórico. Los talentosos economistas que lo siguieron - Ricardo, John Stuart
Mill, Bastiat, Karl Marx, Alfred Marshall, Irving Fisher, John Maynard Keynes,
Beveridge, Hayek, Schumpeter - todos comenzaron, como todo economista debe, con
el estupendo esquema de Adam Smith.
El sistema no era (no podía ser) uno sin defectos
graves y no resueltos. Incluso la competencia perfecta, señala Paul Samuelson,
“podría conducir a inválidos hambrientos, a niños desnutridos, y a la
perpetuación de una gran desigualdad por generaciones o para siempre. Si Smith
estuviera vivo, estaría de acuerdo con esto”. Es casi seguro que lo haría.
Smith no previó las consecuencias fantásticas de la Revolución Industrial: el
papel de las gigantescas corporaciones, el poder de los sindicatos, el problema
de los ciclos económicos. Tampoco podía prever cómo depresiones catastróficas, guerras
espantosas y desempleos masivos, generarían el odio más violento para el sistema
capitalista, generador de ganancias, sin
conciencia.
Las dificultades visibles de la vida han animado
los movimientos de gran alcance para la reforma social. La ayuda gubernamental
a los desposeídos - granjero o trabajador, artesano o arrendatario - se
convirtió en el grito de batalla de los intelectuales, los reformistas y los
sindicatos. El hambre, la pérdida de empleos, el trabajo inalcanzable, son los
males intolerables para las víctimas inocentes de las vicisitudes del libre
mercado.
Entender el capitalismo y sus consecuencias
requiere un grado de sofisticación que es mucho menos frecuente que las compasivas simplificaciones. En la competencia por el apoyo
político, los llamamientos humanitarios ahogan las seguridades que traerían los reajustes. Y
un persistente sentido de culpa acerca de su auto-enriquecimiento debilita a aquellos
que, es de suponer, serían los más firmes defensores del capitalismo.
Las simples promesas de un orden social humano, han
puesto en marcha los estados de bienestar para responder a las demandas de los
millones de personas. Porque los seres humanos quieren seguridad, no menos que libertad, la gente busca una participación
equitativa de la justicia no menos que salarios más altos por su trabajo. ¿No es
sorprendente que la brecha entre los muy ricos y los muy pobres, entre los
lujos burgueses y la miseria generalizada, entre los discriminatorios efectos de la inflación o la deflación, entre los
lucros de la guerra y horrores de la
misma, llevara a los hombres a la protesta revolucionaria? Aunque nunca
hubieran existido Marx o Engels, las muy objetivas operaciones del capitalismo
habrían impuesto penalidades económicas a grupos que, más temprano que tarde,
estarían enfurecidos contra él.
La gente puede querer la libertad, pero también
quiere un seguro contra los riesgos inherentes a la libertad. ¿Cómo puede el
sistema laissez faire ganar la simpatía
de los débiles, los torpes, los negligentes, los ineptos? Aquellos que fallan -
los incompetentes o imprudentes, los perezosos o la totalidad de aquellos a
quienes el Señor le dio talentos mediocres y aspiraciones extravagantes - no logran
comprender o aceptar los efectos
objetivos del mercado. Individuos diligentes no pueden estar en contra de los veredictos
desmoralizantes de la competencia. ¿Cómo pueden aquellos maltratados por la
enfermedad o la vejez o la desgracia absoluta, filosóficamente aceptar su perspectiva sin
esperanza? ¿Les puede importar un sistema que no parece preocuparse por ellos?
Es una locura esperar que los desposeídos, los
confundidos, los trabajadores no calificados, los necios, los despreciados, los
inseguros, los desempleados, los dominados por la emoción, los impacientes, los
ineptos, los fracasados de este mundo deban aceptar un esquema oscuro, inalcanzable, al cual de hecho, ellos culpan de su
adversidad inmerecida y derrotas injustificadas. El punto crucial de la
democracia es que los hombres que son demasiado pobres como para emitir votos
significativos en el mercado de consumo, emiten numerosos votos en las urnas
electorales.
Sin embargo, habiendo dicho todo esto, y creyendo en su veracidad y sus efectos, lo que es más
increíble de Adam Smith es que son más frecuentes sus aciertos que sus errores.
El fue para la economía lo que Newton fue a la
física o Darwin para el estudio de la humanidad: un gigante en el reino de la
inteligencia. El maestro animoso y
distraído, analista del grande e invisible esquema que da forma a un millón de actos y
cálculos variantes, en un todo armónico y benéfico, estaba lejos de ser el sacerdote disecado de
lo que Carlyle llamó "la ciencia funesta".
La mejor forma de medir la contribución de Adam
Smith a la humanidad es la siguiente: mencione los seis libros que usted piensa
que han marcado con más profundidad a nuestro mundo. Comience con la Biblia. Incluya el Principia de Newton y El Origen
de las Especies de Darwin. Ahora, ¿puede usted nombrar tres más sin incluir
ese fabuloso producto de una época, La
Riqueza de las Naciones?
[1] Nota del Traductor: Un Concejo Privado (Privy
Council) es un cuerpo que aconseja al jefe de estado de una nación,
típicamente, aunque no siempre, en el contexto de un gobierno monárquico. La
palabra "privy" significa
"privado" o "secreto"; así, un Concejo Privado era
originalmente un comité de los más cercanos consejeros de un monarca que le
daba asesoría confidencial en asuntos de gobierno.
[2] La frase era de Gournay y por extraño que parezca Smith nunca la usó.
[3] En 1763 el poderoso
aristócrata Charles Townshend ofreció a Smith una pensión vitalicia a cambio de
que sirviera como tutor de su hijastro, el III Duque de Buccleuch, durante un
viaje de tres años por Suiza y Francia.
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