miércoles, 28 de mayo de 2014

Las drogas y el gato de los pies de trapo

Las drogas y el gato de los pies de trapo

4 de abril de 2010 a la(s) 9:55

Edgar Piña

Para el lector de noticias en diarios, revistas y sitios de Internet, lo mismo que para quien escucha reportes en la radio y la televisión, en Estados Unidos, no hay nada que le conmueva si se refiere a un suceso acaecido al sur de la frontera o si está relacionado con “alliens”, es decir gente extraña, de afuera, extranjeros.

Pero si el involucrado es un ciudadano norteamericano, de raza blanca preferentemente y de nombre y apellidos diferentes a los de escritura y sonido hispano, entonces la noticia, el incidente sí merece la pena el comentario, la opinión, y si se puede, la presión al legislador, al funcionario vigilante del cumplimiento de la ley, al medio de comunicación.

Miles de muertos pueden estar cayendo diariamente en las ciudades fronterizas y del interior del país, billones de dólares pueden estarse gastando diariamente en el divertido (para algunos) juego del dizque combate al narcotráfico, pero nada de eso es importante para el ciudadano estadounidense, a menos que involucre a alguien de los suyos.

Cuando es así, entonces la noticia ocupa los titulares, encabeza los noticiarios y merece sesudos comentarios de analistas y editorialistas sobre la desgracia de tener al sur del río Grande o de la frontera con Nuevo México, Arizona y California, a un vecino perverso, desalmado, violento, que lucra obscenamente con la introducción de drogas de todo tipo al sano, limpio, impoluto mercado norteamericano.

Tanto aquí como allá el asunto es una farsa, pero el entramado es diferente. Aquí dicen los gobiernos que están comprometidos en una guerra contra los narcotraficantes; pero sólo caen unas cuantas hojas -las más débiles- del frondoso árbol. Allá de vez en cuando, alguien informa o comenta del daño que ocasiona a la actividad productiva el abuso de las drogas, pero cada vez más estados legalizan su uso o flexibilizan las leyes destinadas a castigar el tráfico y consumo de las mismas.

En lo particular no comparto la idea de que el gobierno mexicano es un gobierno confundido. Tampoco creo que sea tonto; para nada. Más bien estoy convencido que el gobierno mexicano a todos los niveles –federal, estatal y municipal; ejecutivo, legislativo y judicial- es el socio mayoritario del gran negocio de la producción, transformación, distribución y venta de drogas de todo tipo.

Lo mismo aplica para el gobierno del país que sigue siendo y con mucho el más poderoso del mundo.

En el gran teatro de la política, usted lo sabe, todo, todo se vale. Se vale, por supuesto, inhalar cualquier alcaloide antes de escribir o revisar el discurso que habrá de tronar, sonar fuerte contra el flagelo de las drogas, contra el sucio negocio del narcotráfico.

Se vale, también por supuesto, fumarse un buen porro de cannabis después de la agotadora jornada legislativa o judicial, en la que el sujeto se desgarró las vestiduras convenciéndonos de su entrega a la lucha contra el crimen organizado y el desorganizado igualmente.

A los círculos de poder en uno y otro lado de la frontera, les tiene sin cuidado el costo social de la “guerra” contra las drogas. A nadie que esté compartiendo, aunque sea minoritariamente, las ganancias del gran negocio le interesa que el partido se acabe. Las reglas son claras y es un tonto el que las viole.

Es como aquel viejo estribillo que nos repetían nuestras abuelas: “Este era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

La farsa continuará hasta que usted y yo -que no obtenemos parte de las ganancias, pero que sí aportamos cada vez más recursos para que la función se prolongue-, no hagamos algo para organizarnos y exigir a los gobiernos que hagan lo que están obligados hacer y dejen de meterse en lo que no es su responsabilidad.

“Está pelona la marrana”, decían en mi pueblo cuando algo se veía difícil. Sin embargo, en algún momento habrá que intentarlo. ¿No lo cree usted?

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