Edgar Piña O.
Este
es uno de esos momentos en los que todo alrededor parece no tener sentido.
Pasan por en medio del pueblo muchos terribles monstruos de maldad e insensatez
y nadie los ve o si alguien los ve no se
inquieta, no se alerta.
Probablemente
la conciencia de los mexicanos, los sonorenses, está condicionada por la media
e Internet, pero vivir en medio de feas realidades
y amenazas y no voltear al vecino, al pariente, al colega para, por lo menos, comentar los
sucesos, sólo se explica si ya nada es capaz de sacarte de Facebook o de la
impresionante pantalla plana que te tiene hipnotizado viendo el futbol, la
telenovela, o en el mejor de los casos, el Discovery o simplemente las noticias
fumigadas de los conflictos en Michoacán, Tamaulipas o Jalisco.
El
caso es que hay regiones del planeta en donde la gente se está matando, unos a
otros, y aún aquí cerquita de tu casa tirotean y degüellan personas, y eso no
merece ni siquiera el comentario.
Allá
en el Medio Oriente el superpoder Israelita está bombardeando población civil
de Palestina, mientras que los fanáticos de ambos lados, permanecen ocultos,
confortablemente monitoreando las operaciones militares y de inteligencia, en
sus refugios elegantes y lujosos. Acá en nuestro México gobiernos guiados por
el interés de grupos y partidos, incluyendo el narco, se ocupan de asegurar el
futuro de sus propias generaciones y que al resto del mundo se lo lleve el
diablo, pero para las clases medias sólo con leer un editorial, un comentario,
el asunto está arreglado.
¿Nuevas
empresas, inversiones, mercados potenciales? No interesan. Lo inteligente es
asegurar el capital en cuentas bancarias o inversiones inmobiliarias. ¿Delincuencia
organizada y de la otra, inseguridad en todas partes y a toda hora, corrupción
total de cuerpos policiacos y judiciales? Hay que estar preparados, para cuando
te toque, ¿para qué preocuparse antes de tiempo?
Ya
a nivel local en la media, en las redes
sociales, en las débiles conversaciones de la gente, temas como el de cientos, miles
de seres humanos que van pasando por Sonora con rumbo al norte en busca del
sueño de un trabajo, un refugio, una tortilla,
no parece quitar ni el sueño ni el apetito a quienes ya tienen un empleo,
una casa, una cocina y una olla de frijoles.
O
también el problema del agua para Hermosillo, en dónde el meollo del asunto (la
aberración agrícola de los cereales) no
está a discusión y se etiqueta el conflicto como un pleito entre partidos. Una
de las partes se cierra al argumento “es mi agua” y la otra contesta “tengo
sed”, pero no se avanza, no hay dialogo, no aparece la razón.
La
nuestra es una población civil que se
esfuerza, que trabaja y que observa indiferentemente los acontecimientos tal
vez pensando que “eso” es afuera. Aquí en casa todo está bien, hay salchichas y
cervezas en el refri y el carro está listo para lo que se ofrezca. ¿Para qué
salir de la cueva, para qué cambiar de sintonía, para qué abandonar la zona de
confort?
No
es necesario acudir a la teoría del complot para explicar por qué la humanidad
no ha logrado entrar a la etapa de la razón, la objetividad, la equidad y la
justicia. Mientras que esta forma de vivir funcione, no importa que grandes
sectores vivan en la miseria y la degradación, no importa que los zombies
salgan de sus barrios a pedir limosna en los cruceros citadinos, así son las
cosas, siempre ha sido así y seguro así será en el futuro.
Entonces,
¿Para qué sacar la cabeza con el riesgo de que te la corten? Mejor así, los que
sepan nadar que naden de muertito.
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