La leyenda del méndigo
Edgar Piña Ortiz
Ante su foto,
imagen o simple presencia, todo mundo se pregunta de inmediato cuánto
pesará aquella persona que se asemeja a
una montaña humana. Luego cuestionará cuánto hay que comer para mantener activa
una enorme masa de grasa sólida y huesos acompañados de otras materias.
Todos
conocemos personas obesas, corpulentas, desbordantes y muchos de nosotros no
ganaríamos un concurso de condición de esbeltez, pero cuando usted observa
la soberbia gordura del señor Gobernador del Banco de México, muchas
interrogantes y certezas saltan a la vista.
En la
variedad de perfiles de complexión física de los mexicanos, el cuadro de
obesidad del doctor Agustín Carstens
Carstens, sobresale en el extremo derecho de una escala que se inicia en cero en
el extremo izquierdo. Y todo está bien,
hasta aquí y hay que respetar la condición o apariencia física de las personas
como valor esencial de la convivencia, pero resulta que nuestro aludido no es
cualquier persona.
Maestro y
doctor en economía de la Universidad de Chicago y dónde él mismo fue profesor,
el personaje Carstens, tiene una trayectoria académica e institucional
impresionante en México y en otros países y no cualquiera puede decir que una
institución financiera internacional le tiene preparada una oficina de primer
mundo, para cuando decida dejar de “prestar
sus servicios” al sistema financiero nacional y a la economía mexicana.
Resulta que
la cabeza de una institución, el banco central, es la persona encargada de
cuidar la estabilidad y fortaleza del peso mexicano, en un contexto global que
se asemeja más a un tanque de tiburones hambrientos, que a un escenario de
cooperación y prácticas generosas en los negocios.
Y ya en el terreno doméstico, la misión del
banco central, como cualquier banco central del mundo, es minimizar la
inflación, bajar las tasas de interés activas (la que te cobran los bancos) y
aumentar las pasivas (las que te pagan los bancos por tus ahorros) y en general
tomar decisiones y acciones que conduzcan al crecimiento económico y a la
reactivación de las actividades productivas y servicios.
La imagen de
abundancia, sobrepeso y satisfacción que sobresale en la personalidad de la
máxima autoridad monetaria y financiera de un país, como el nuestro, que con
más de la mitad de la población total que no alcanza a satisfacer sus
necesidades mínimas de alimentación, vestido, vivienda, educación y transporte,
arroja un insulto a la cara de quienes podrían contar con una canasta básica de
satisfactores para todo el año, con lo que este señor seguramente gasta en una
sentada normal en un restaurante estándar.
El caso es
que en una ocasión me preguntaron cuál era mi hipótesis sobre la gordura del aquel
entonces secretario de Hacienda del segundo presidente panista en México, y no
se me ocurrió algo mejor que tal vez se debía a una incorrecta aplicación del
dicho popular que dice: desayuna como rey, come como príncipe y cena como
mendigo. Sí, me dijeron, eso ya lo sabemos, pero ¿cómo aplica con don Agustín
ésta máxima ya que él sigue gordo, gordísimo? Muy fácil contesté: El señor se
acostumbró a desayunar como rey, a lonchar como príncipe y cenar como méndigo.
El individuo en observación le puso un acento a la última palabra y eso explica
su gordura. No es lo mismo comer como mendigo a yantar como méndigo. Panza llena, corazón contento. Nos vemos en el
desayuno, en la comida y en la cena, doctor. ¡Provechito!
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