Por
Edgar Piña Ortiz
La pésima calidad en el
servicio de farmacia y medicamentos, que en otras épocas constituyó una severa crisis de
salud para el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores
del Estado de Sonora (ISSSTESON), desde
que inició la administración de Claudia Artemisa Pavlovich (2015-2021), las
crisis se han convertido en endemia, es decir que el padecimiento se ha mantenido
durante un periodo de tiempo prolongado y, según la sintomatología visible, no
hay expectativas de mejoramiento.
Ni hablar de los servicios
de hospitalización, cirugías, endoscopías, odontología, maternidades y
urgencias, por mencionar algunas, de las cuales no podemos opinar, porque
afortunadamente no hemos tenido necesidad de utilizarlos, pero de que no son de
primera, ni de segunda y ni tal vez de tercera categoría, de eso sí podemos
estar seguros.
Muchas veces he hecho mis
propios cálculos de los descuentos quincenales al salario, que a nombre de
ISSSTESON opera mi centro de trabajo, y estoy en condiciones de demostrar a
quien se pudiera interesar, que con mis
aportaciones podría pagar cómodamente una visita médica mensual y una dotación
de medicamentos idóneos para el cuadro de diagnosis repetitivo, en cualquier
otra institución privada, por más cara que sea su fama.
No, no soy caso único. El
perfil de trabajador derechohabiente afiliado a este Instituto de salud, se
multiplica por miles en el aparato de la administración estatal, y las sumas de
sus aportaciones, créamelo, no son unos cuantos miles de pesos, sino cantidades
enormes que son succionados por un organismo enfermo, obeso, anquilosado y que
no logra cumplir con su función, precisamente porque está invadido de
parásitos, algunos azules, otros rojos, otros miméticos, pero todos muy eficientes
para succionar los recursos que provienen del trabajo de los afiliados.
Pongo aparte a muchos
empleados de oficina, trabajadores manuales, médicos, enfermeras, técnicos,
especialistas, a quienes, les suda el uniforme para atender a tanto derechohabiente,
trabajadores, proveedores, jubilados, arancelados, etc. Ellos no pueden ser
considerados como nocivos porque su trabajo los defiende, y como en todo cuerpo
humano, son la parte buena, productiva, vigorizante, que sostiene con su
esfuerzo el funcionamiento del organismo.
Pero ahí están los
parásitos, los succionadores del recurso ajeno, del trabajo de otros. Ahí están
estos anquilostomas, gusanos que empezaron su ciclo vital fuera
del organismo y llegaron a él por medio de un compadrazgo, gratificación por
trabajo partidario, parentesco con alguien de allá arribita, o por simple golpe
de suerte del destino.
Cada vez que un paciente
sale entusiasmado de la consulta médica con un juego de recetas y se estrella
con la insensibilidad del empleado de farmacia, que lo único que hace es
convertirlas en vales con vencimientos perentorios, el derechohabiente enfrenta
la fachada grotesca de la corrupción, de la enfermedad parasitaria que tiene
invadida al organismo desde tiempo inmemorial.
En cada esfuerzo, en cada
viaje, en cada entrada a las farmacias propias o subrogadas del ISSSTESON, que
el afiliado hace para conseguir el medicamento o material de curación que
requiere para mejorar su salud y por el cual ya pagó por adelantado, recibe el
tufo de la enfermedad que provocan los trematodos
platelmintos, que se disputan los contratos de proveeduría al organismo,
pero que luego no cumplen porque el Instituto “no les paga”.
Además del infalible
descuento quincenal, que incluye una buena cantidad para infraestructura
hospitalaria, por cierto, el trabajador afiliado debe de encarar los gastos de
traslado, riesgos de tránsito, ausencia de estacionamiento, tiempo de espera, filas y caras de palo,
rostros de “hazle como quieras” del empleado, para terminar en una farmacia no
afiliada, comprando el medicamento que luego resulta que tiene un precio de
treinta pesos la caja con 14.
La parasitosis aguda del
ISSSTESON es permanente, perniciosa y contraproducente para los propósitos de
una administración pública estatal que a casi tres años de oportunidades de
sanear al organismo, no le queda margen para culpar a los parásitos del sexenio
anterior, sean de los muy poquitos encarcelados o de los muchos que andan
sueltos huyendo o pegados a una ubre con fuero, perfume y gastos pagados, como
la anterior directora del Instituto.
Las entamoebas histolyticas que tienen enfermo al ISSSTESON se
encuentran a sus anchas en todos sus establecimientos y no son visibles los
esfuerzos de quienes serían indicados para sanear la institución. Ni la
ejecutiva estatal, ni los encargados del sector salud, tampoco los sindicatos
–uf los irreprochables, impolutos, transparentes sindicatos-; ni los organismos
defensores de los niños, los jóvenes, los adultos y las mujeres, y mucho menos los propios trabajadores explotados
quincenalmente. Total, los derechohabientes del ISSSTESON somos orgullosamente
sonorenses y no se nos da, pelear por los derechos, aun cuando se trate de uno
de los más básicos: la salud.
Por lo mismo, está bien
pasear el bonche de vales por todas las farmacias o pagar por los medicamentos
de tu debilitado ingreso quincenal. Dicen que no hay que moverse porque te
pueden hacer cirugía laboral de cuello.
Más vale quedarse quietecitos. ¿Usted lector qué piensa?
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