jueves, 3 de octubre de 2019

Por no morir un Dos de Octubre



Por Edgar Piña Ortiz

Cada vez que cumplo un año vuelvo a nacer. A mis setenta y dos, es un hermoso regalo de la vida andar aquí. Un dos de Octubre nací en una familia de acendrados valores humanos como el trabajo, el estudio, la honestidad, la lealtad.  Y con todo y lo que muchas veces estos valores estorban al éxito económico o patrimonial, hoy tengo la fortuna de  estar aquí y poder reflexionar con lucidez sobre el tiempo transcurrido desde aquel Dos de Octubre.

Al hacerlo,  un profundo sentimiento de gratitud y felicidad emerge a mi conciencia por una vida plena, una esposa, unos hijos y unos nietos, que hoy enriquecen mi biografía con el brillante futuro que les espera, gracias a su inteligencia, su disciplina, su salud y su belleza.

El dos de Octubre de 1968, al cumplir los veintiuno de mi vida, pude haber quedado, en un supuesto favorable, en la lista de los Mártires del 68, pero también  pude haber quedado en el olvido de los cientos de desaparecidos, sin nombre y sin gloria, que cayeron protestando por un México mejor, libre de déspotas y asesinos.

El dos de Octubre del 68 yo iba en un camión Norte de Sonora del D.F. a Hermosillo, con una maleta llena de volantes y propaganda y en el corazón el coraje, la furia contra un gobierno autoritario, intolerante, opresor. Al llegar a la capital de mi estado, recuerdo el encabezado de uno de los diarios locales: “Asonada comunista en la capital”. La noticia daba cuenta de la respuesta del Ejercito Mexicano a la agresión de brigadas comunistas posesionadas del Movimiento Estudiantil del 68. Se hablaba de pocos muertos, algunos heridos y muchos encarcelados.

De repente a mis 21 años y un día de vida,  aquel 3 de octubre en que leía la noticia, me di cuenta de que me había escapado de la masacre  y a la fresca sombra de los enormes yucatecos que había en las afueras  de la oficina de correos de Serdán y Rosales, me di cuenta de que ahí estaba: vivo, libre y profundamente encabronado contra el gobierno, el partido único, la clase en el poder.

Había decidido llenar mi vieja maleta verde, de lámina, con mis pantalones y calcetines y una colección de los mejores volantes y panfletos revolucionarios de la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, para refugiarme en mi tierra, mientras el gobierno aplastaba con su bota tosca y brutal, a profesores y estudiantes que sólo demandaban aunque sea un poco de libertad.

Como en todas las etapas de la vida, las circunstancias juegan roles decisivos en los resultados de las decisiones. Una linda personita, que era amiga de todos los estudiantes y personal de cocina en la Casa del Estudiante Sonorense, en la antigua casona de Zaragoza 78, en la colonia Guerrero, de la capital del país, se me acerca el domingo 29 de Septiembre en la tarde y me dice:¡ Oye amigo, ponte trucha porque estás en la lista.! En la lista de qué, güerita, barájala más despacio., le digo. Agrega: Tú eres el primero de la lista de los estudiantes sonorenses. Luego está El Pato Larios, el Saw chico y otros. Pero tú estás ahí y los chotas traen fotos y les toman fotos cuando entran y salen y hasta se van detrás de ustedes y ustedes ni en cuenta, verdad?

De repente, lo que ya sabías que podría pasar, está pasando y te das cuenta de que no tienes un plan B que te diga qué hacer. El Mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, ya estaba prácticamente organizado y, como activista del Consejo General de Huelga, eras consiente de que sólo faltaban mantas y volantes para desplegar momentos antes de la apertura de micrófonos, desde el tercer piso del edificio Chihuahua, enfrente de las ruinas prehispánicas de Tlatelolco. Todo casi listo y…

Ahí estas, enfrente del expendio de jugos de naranja, por la calle Mina, enterándote que todo está preparado para tomar presos a los líderes y activistas y no dejar un títere con cabeza, ya que faltaban muy pocos días para el inicio de los Juegos Olímpicos del 68 y el señor presidente, sí el señor Simio, no estaba dispuesto tolerar  “la agresión de fuerzas externas, cobijadas por los enemigos domésticos de la Revolución Mexicana”.

"Piénsalo, sonorense, yo vi tus fotos. Ahí nos vidrios", dice y se retira con aquel paso menudo y como con resortes, que le caracterizaba a la vecina de los estudiantes sonorenses.

Pero ahora ya en Sonora, en tu tierra, te percatas de que tus compañeros de la Preparatoria Universidad de Sonora de aquellos años, no están visibles (y no había celulares para buscarlos), así que mejor te vas  a Huatabampo, con los papás y los  hermanos, a wachar las olimpiadas frente al voluminoso monitor de la TV de aquellos años y a esperar a ver qué pasa.

Ni el che Guevara, ni Fidel, ni Mao, te abandonan en aquel periodo. El Manual de la Guerra de Guerrillas del Argentino, parece convertirse en la llave mágica para un mundo de mochila, fusil, pistola y botas para recorrer las sierras de la injusticia y la opresión, liberando compatriotas y mostrándole al ejército y a las policías secretas, que “la guerra de guerrillas, es el camino de la reivindicación de las clases oprimidas por los poderes nacionales e imperialistas”.

La UNAM anuncia el retorno a clases a finales del sesenta y ocho  pero realmente fue hasta Enero del 69 cuando la normalidad llegó a las aulas. "No hay moros en la costa, pero pónganse truchas en las subidas y bajadas de camiones, ahí los pueden apañar", dicen las recomendaciones de los compañeros de lucha de los diferentes membretes del ala de Humanidades de Ciudad Universitaria.

Las conversaciones son en las cafeterías o en las Islas, pero existe como una espesa nube de temor que invade pasillos, escaleras, aulas, oficinas y exteriores de las facultades de Ciudad Universitaria.  Nadie se atreve a mencionar nada, da la sensación de que las paredes graban y los perros del servicio secreto están por todos lados. Así pasan los días, las semanas y los meses.

Todos salimos aprobados sin problema para pasar el año escolar en una conclusión de periodo falsa, que buscaba la pacificación de los ánimos. Hay que seguir estudiando y avanzando en la carrera. Algún día tomaríamos el poder por la vía de las armas, la razón estaba de nuestro lado.

Pero por lo pronto a conducirse por las reglas del sistema. Ya habría en el futuro la oportunidad de tomar venganza por los amigos y compañeros muertos, encarcelados o desaparecidos.

Durante todos estos años, cada dos de Octubre vuelvo nacer.



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