El IDOLO DE BARRO
Edgar Piña Ortiz
Ahí está a toda hora, en todo canal de TV, en cada
noticia de prensa, en todas las redes sociales y en todas las conversaciones de
la gente.
Su pelo blanco,
su piel color de barro, sus ojillos
vidriosos. Sus comisuras pronunciadas hacia abajo, como las de los muñecos de
ventrílocuo. Sus gestos y ademanes repetitivos y sus palabras pausadas, lentas,
cansinas.
¿Y sus mensajes?
Bueno, su mensaje, más bien, su propaganda repetida
hasta el hartazgo es muy simple: todo lo malo que sucede en el reino bananero,
es culpa de los adversarios, los contrarios, los conservadores, los enemigos.
Pero todo por servir se acaba. Tanto va el cántaro al
pozo que un día se quiebra. Si hay muchos, muchísimos muertos todos los días, colaterales
del negocio del narco, del tráfico de personas, de armas y de toneladas de
veneno, es culpa de los conservadores anteriores que estaban coludidos con las
mafias.
Si pega un ciclón en el sureste del país, es parte del
plan de los conservadores para crearle problemas a su gobierno y a la continuación
de la cuarta transformación.
Si se publica algo escandaloso de su familiares, sus colaboradores,
sus amigos, sus cómplices, no es para tanto dice el ídolo maquillado en ocre,
los anteriores robaban más y nadie decía nada.
Si cientos de mujeres son abusadas, violadas o
asesinadas no es culpa de las mafias y de las corporaciones militares,
policíacas y judiciales, sino de los que
perdieron sus privilegios y quieren crearle problemas al paraíso de la esperanza
y la pobreza generalizada.
Pero el elemental razonamiento, la maniquea visión de nosotros y ellos, la
excusa trivial, el pretexto enclenque, la distracción marrullera; el gesto
irónico, perverso, falsamente divertido, se están desgastando cada vez.
Las palabras de tanto usarse tienden a perder
significado y con el envejecimiento dejan de tener el efecto esperado. Por las
comisuras de su boca, al ídolo perverso se le escapa la malsana sustancia de
que está hecho.
En su cuerpo desvencijado se refleja el efecto del deterioro,
la erosión, el derretimiento de su estructura, producto de carecer de alimento
sano, de algo positivo, constructivo, creativo, redituable socialmente y emocionalmente reconfortante.
Los trucos recomendados, sugeridos e implementados por
sus protegidos caribeños, no le funcionan, son intrascendentes, huecos, inútiles y
topan con frecuencia con la carencia de recursos. Lógico, si tienen sofocada la
economía no puede haber flujo sostenido de impuestos que cubra los gastos billonarios
de las fuerzas armadas, los megaproyectos fallidos, los programas sociales
manejados con las garras de la corrupción, las estructuras burocráticas obesas
y crecientes, las huestes partidistas hambrientas y sedientas.
El disco está rayado, decíamos antes cuando el acetato
giraba sobre las mismas líneas y repetía hasta el cansancio las mismas letras.
El discurso está agotado y no alcanza a tapar la realidad que se interpone
entre la burbuja de palacio nacional y un país, una nación, una república que
está viviendo una de sus etapas más difíciles de su nada fácil historia.
El ídolo de barro se derrite.
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