La
era de los wasazombies
Edgar
Piña O
En todas las etapas y
espacios de la humanidad es posible identificar ejemplares humanos, modelos
estándar, comunes, de presencia notable que los distingue, los diferencia, de
otros grupos humanos. Son lo que llamamos estereotipos. El cowboy y el indio de
las praderas son estereotipos americanos. Un individuo rubicundo y tomando
cerveza es estereotipo de los alemanes. El
mexicano, el ruso, el chino, el español, el caribeño, ustedes digan,
evocan imágenes estereotipadas y dentro del gran estereotipo se presentan
múltiples variedades, como sería el caso de los mexicanos norteños, costeños,
citadinos, fronterizos, peninsulares y muchos otros.
La entretenida tarea de describirlos la
dejamos para otra oportunidad y por ahora enfoquémonos en tratar de identificar,
observar y entender una especie humana en surgimiento simultáneo con el milenio
que recién empieza. Este género de individuos, que parece tener réplicas y variedades
a lo largo y ancho del globo terráqueo, ha brotado como hierva en la pradera
después de la lluvia. Este surgimiento, esta emergencia sistémica, este
producto híbrido generado por la combinación del fenómeno de la globalización y
la constante innovación en las tecnologías de la información, se me ocurre
llamarlo wasazombi.
Mire a su alrededor. Observe.
Asómese por la ventana, salga al pasillo, camine por las aceras, por los
parques y supermercados. Eche un vistazo a los patios de las escuelas, en las
aulas, en los pasillos. Atrévase a sumergirse en las olas humanas de un mall,
en las corrientes encontradas de un cine, un metro, un teatro. No pierda de
vista la realidad y ahí estará el estereotipo de inicios del siglo veintiuno:
el wasazombi.
Los libros, las revistas,
los periódicos, los programas de radio, los noticieros de televisión, ni aún
las conversaciones simples, elementales, tienen lugar en el mundo de los
wasazombies. La comunicación cara a
cara, vista a vista, oído a oído, se ha estado reduciendo en la medida en que
los pulgares toman posesión del pequeño teclado touch screen. Aún las
computadoras de escritorio, las laptops, ahora indispensables para todas las
generaciones, están desvalorizándose para el wasazombi común.
Como usted sabe, wasap o WhatsApp,
la denominación oficial de la marca, es
una aplicación de mensajería instantánea para teléfonos inteligentes, que envía
y recibe mensajes mediante Internet. Usted, como usufructuario, sabe que además
de utilizar la mensajería en modo texto, los usuarios pueden crear grupos y
enviarse mutuamente imágenes, vídeos y grabaciones de audio. Según datos
fáciles de googlear, se calcula que a finales de la segunda década del siglo
veintiuno wasap supera los 800 millones
de usuarios activos, el 70% de ellos activos diariamente, con múltiples
entradas y salidas de la aplicación, app en corto.
El mismo Mark Zuckerberg,
fundador y propietario de Facebook, y en su momento comprador, en una
multimillonaria operación, de la app WhatsApp, dijo que la marca estaba en el camino de conectar a mil millones de
personas y que los servicios que alcanzan ese hito son de increíble valor en el
desarrollo de las comunicaciones. La alianza Facebook y WhatsApp permitirá «un mundo más abierto y conectado»,
dijo. Por su parte el fundador de esta sencilla aplicación, tan
sencilla que hasta yo la uso, Jan Koum, en
algún momento dijo que gracias al
impulso de las capacidades de mensajería simples, sólidas e instantáneas
se está logrando una profunda conexión
de los usuarios en todo el mundo.
¿Pero esta enorme, casi
total, capacidad de conexión está siendo utilizada por los millones de usuarios
en formas eficaces, rentables en términos de negocios, estudios,
investigaciones, educación, cultura y entretenimiento? Por supuesto que sí, la
respuesta es positiva, pero ¿cuántos miles, millones de seres humanos, aquí y
en cualquier otra parte del mundo, están usando la capacidad de conexión para
asuntos triviales, sin importancia, sin ganancia neta para los participantes?
Existen imágenes de otras
épocas en las que se puede advertir, por ejemplo, a muchos pasajeros de un
autobús o de un tren, leyendo el periódico o revistas. También la imagen más
reciente de varios pasajeros hablando por el cel. Pero la escena de todos, casi
todos, bueno más bien todos, comunicándose con los pulgares es definitiva. Ahí
agregue usted a una señora con audífonos hablando mientras camina o a la de un
joven estándar regresando audios mediante el uso simplificado de una docena de
palabras, las cuales usted también ya se las sabe. Y si no vuelva a salir a la
calle y lo van encontrar, las palabras y los parlantes.
Y así, estas escenas de
individuos, en su mayoría jóvenes, se reproducen atravesando calles, bajando de
camiones, manejando o viajando en automóviles, en cafeterías, restaurantes,
lugares públicos, estadios, supermercados, pero siempre “conectados” a otro
wasausuario que seguramente comparte a plenitud la cantidad, la calidad, la
frecuencia y hasta la intensidad de los mensajes.
El usuario que administra
sus asuntos de manera productiva, eficaz, rápida e instantánea y logra una
ventaja, una ganancia, un avance en un asunto, un negocio de importancia, es el
mismo usuario inteligente, consciente, que utiliza en la misma forma otros
medios de comunicación como las llamadas de voz, de video, los correos
electrónicos, los grupos de Facebook, snapchat, Instagram y otros. Este usuario
seguramente no textea mientras maneja pero sabe sacar el máximo provecho a las
aplicaciones.
Pero aquellos que hasta su
vida ponen en peligro por mantenerse hipnotizados con la brillante pantallita, esos
son los wasazombies. Y, claro, los hay en diferentes grados de adicción, pero usted
los ve atravesando calles, subiendo a camiones, sentados a la en la sala de su
casa o la sombra de un árbol, bajándose
de automóviles, comprando en el súper o en el mall, apretujándose en un antro
con luces de alucine, y aún hasta en las
iglesias y las aulas, en fin, en muchísimas situaciones, pero siempre, casi
siempre, bueno, siempre, estarán “conectados” al wasap.
La interconexión millonaria de usuarios de la app,
constituyen una red mundial que asemeja una galaxia de interconexiones
electrónicas que hacen posible la comunicación instantánea, en tiempo real, de
un usuario en Moscú con otro en Caracas. No importa dónde estés, con tal que
exista una red inalámbrica o cobertura celular, podrás decir a tu novia o tu
esposa que las amas. En la misma forma podrás usar tu cuenta para anunciar al
mundo tu decisión de replicar la Muralla China en la frontera norte de México.
Y así.
Conocí a un coreano en sus
cuarentas, que enviaba fotos de sus desarrollos matemáticos para ayudar a su
hija en las tareas escolares allá en Hanam, cerca de Seul, estando él en
Vancouver. Todos los días puedo observar o imaginar mensajes de usuario a
usuario con ese limitado vocabulario al que ya hicimos referencia En este momento
millones de niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, están intercambiando
información acerca de lo que están haciendo o de lo que están pensando, en un
flujo constante, interrumpido y reconectado millones de veces, pero siempre
presente.
Este inmenso intercambio electrónico cubre el globo terráqueo y lo convierte en un enorme cerebro iluminado por
resplandecientes ondas sinápticas, que llevan y traen datos, información y
conocimientos a terahertzs de velocidad. Y es en este cerebro bullente, precisamente
de donde emergen los elementos constituyentes, los reactivos, los datos, la
información y los conocimientos que son la materia vital de las revoluciones tecnológicas
que recién han empezado.
Sin embargo, ¿estas
revoluciones tecnológicas terminan beneficiando a todos los países, a todas las
regiones, a todos los sectores y grupos humanos por igual? ¿Hay ganadores y
perdedores? Bueno, la respuesta nos la puede dar un enfoque de sustentabilidad,
por aquello de que todos los procesos productivos generan desperdicios,
externalidades, inesperadas consecuencias, coproductos indeseados, casualties of war, o lo que usted
quiera.
Bueno, pues eso son los
wasazombies, en sus diferentes grados y presentaciones. Y sí, ya lo dijimos, lo
mismo pueden ser vistos en Yavaros, Sonora que en Seattle, estado de Washington.
Lo mismo en Reynosa, Tamaulipas, que en Paris, Francia y hasta puede que tenga
uno en casa. Son universales y las sociedades humanas están, más o menos, lidiando
con ellos. Las últimas preguntas serían.
¿Qué país, qué región, qué ciudad, qué grupo o sector social acusa mayor
incidencia del estereotipo wasazombi? Vuelva a mirar a su entorno. ¿Muchos
wasazombies?