miércoles, 17 de diciembre de 2014

sábado, 15 de noviembre de 2014

CRÓNICAS PARALELAS: TLATELOLCO Y AYOTZINAPA



Crónicas paralelas: Tlatelolco y Ayotzinapa.

¡Cuidado con las consecuencias!


Edgar Piña Ortiz

La noche del  23 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de una escuela pública normal de Ayotzinapa, municipio de Iguala, en el estado mexicano de Guerrero, a bordo de camiones de servicio público que ellos mismos habían secuestrado, fueron capturados por policías municipales.

Desde entonces no existe certeza de su paradero, excepto por el hallazgo de restos humanos calcinados que hasta el momento de escribir esto,  se desconocen sus resultados de exámenes de laboratorio, que constituyan pruebas de que se trata de los desaparecidos. 

La tarde del 2 de octubre de 1968, cientos de estudiantes universitarios, politécnicos, normalistas y preparatorianos, fueron masacrados en la Plaza de las Tres Culturas en la Unidad Habitacional Tlatelolco, en la capital federal de la república Mexicana.

El México de 1968, era un país que, muy cerca de la realización de la XIX Olimpiada Mundial, era dominado por un partido político que se publicitaba como institucionalizador de una revolución armada que buscó cambiar una dictadura feudal y aristocrática, por un gobierno democrático de campesinos, obreros y clase populares.

Mientras la inmensa mayoría de la población mexicana se entretenía con las figuras olímpicas durante los juegos y meses posteriores, en las cárceles, cuarteles y mazmorras de las policías de aquellos años, se realizaban procesos de eliminación de agitadores indeseables para el sistema político y encarcelación de quienes no convenía fueran aniquilados.

En los años siguientes, habría de venir una etapa de sosiego estudiantil que fue aprovechado por el sistema educativo oficial para apropiarse de la mentalidad y el destino de funcionarios, profesores y empleados de instituciones educativas de todos los niveles, principalmente preparatorias,  universidades y tecnológicos.

Con cuantiosos volúmenes de inversión pública en edificios, aulas, laboratorios e instalaciones deportivas y enormes presupuestos de operación, el gobierno federal fue eficaz en controlar el descontento previo y el disentimiento ideológico del recurso humano adherido el sistema educativo. 

Con ello, la revolución socialista se concentraba en las aulas y cubículos y se enfocaba a  la preservación de una filosofía que encontraba sus fuentes teóricas, conceptuales y metodológicas en el marxismo-leninismo, cuyo fracaso se evidenciaba con el desplome del bloque socialista, pero inexplicablemente seguía teniendo una clientela enorme en los cien millones de mexicanos de finales del siglo pasado.

Cuarenta y seis años después, el número de años suficientes para que un individuo alcance la madurez, la sociedad mexicana, todavía inmadura,  se entera de la masacre de Ayotzinapa.

Pero este suceso, al igual que el de Tlatelolco en 1968, no es un acontecimiento de generación espontánea producto de la casualidad, sino una emergencia   sistémica generada en la caja negra donde se procesan los insumos multifactoriales provenientes de la economía, la política, la cultura y la sociedad. Esta generación sistémica, output, producto holístico diferente de las partes que lo integran,  se expresa en el homicidio masivo de medio centenar de jóvenes veinteañeros, la misma edad de los que fueron asesinaron en la Plaza de las Tres Culturas del Distrito Federal.

Para decirlo de otra forma, la masacre de Ayotzinapa, no es un accidente, no es sólo la consecuencia de un error humano, es una escena representativa más de una secuencia, un proceso de descomposición social que involucra elementos de ingobernabilidad, crimen, corrupción, instituciones dominadas por el narco, pobreza, complicidad a los más altos niveles, violación o elusión sistemática de las leyes y otros ingredientes no menos importantes.

La sangrienta noche de Tlatelolco, fue la culminación violenta y sofocadora de un movimiento que había arrancado con la represión feroz de un conflicto callejero entre estudiantes de distintas escuelas de la ciudad de México. Sin embargo, el proceso que se desencadenó, incluyendo otras acciones violentas como la llamada el halconazo del jueves de Corpus de 1971, hunde sus raíces en las condiciones de un país, una economía que había venido creciendo pero dejando en su trayectoria una población materialmente marginada y políticamente indefensa ante un gobierno cerrado, autoritario, injusto, poderoso y muy reaccionario.

El México de 2014, 46 años después de la Noche de Tlatelolco, corresponde al de un país sumido en el estancamiento económico, la inequidad en la distribución del producto entre los factores de la producción, la inseguridad, la violencia generalizada  y el crimen a todos los niveles.

En el México de los años setentas no existían la cultura y  el poder del narco, o al menos no con la relevancia de hoy en día. El México de hoy es uno donde la economía informal, los mercados negros, grises y rojos, constituyen fuerzas que sobrepasan con mucho a lo formal, lo legal, lo legítimo y mientras más se mezcla lo lícito con lo ilícito, mientras más se infiltra el crimen en las instituciones, más preponderancia alcanza este último en el gobierno y en la sociedad.

El sistema político que regía la economía y la población del último tercio del siglo XX, era el de una dictadura perfecta de grupos y personajes que se heredaban el poder en las condiciones de un gobierno y un partido político único, que no tenían mucho porque ocuparse de la oposición, puesto que prácticamente ésta no existía.

El impacto político del 2 de Octubre de 1968 fue de un apertura electoral controlada y dosificada que llevó al país, ya en el siglo XXI, a una partidocracia que implicó una alternancia en los poderes federales, provinciales y locales, cuyo distintivo parece ser la certidumbre de que los diferentes partidos se disputan el primer lugar en cleptocracia, ineficiencia, ingobernabilidad, impunidad, podredumbre y corrupción.

El recurso predilecto de los gobernantes federales del México posterior a 1968, fue el populismo, el gasto público deficitario e inflacionario, crecimiento pobre y errático plagado de devaluaciones, crisis, inflaciones y exacciones fiscales desbordadas. La consecuencia de las políticas públicas reales aplicadas, no las anunciadas, fue la consolidación de los monopolios, duopolios y oligopolios privados fabricantes  de billonarios de rango mundial. 

Los cambios realizados por el poder gubernamental como respuesta a lo de Tlatelolco, se reflejaron en empresas públicas acaparadoras - petróleo, electricidad, salud y seguridad social, principalmente-, ineficientes, onerosas y de efectos demoledores en la productividad y la competitividad.

En la misma forma, producto destacado de esa decisión de cambio, fue el afianzamiento de un sindicalismo corrupto, cínico, solapador de abusos e ineficiencias, arrodillado ante los patrones, pero manipulador y represor de los agremiados que se supone debe defender.

Por su parte la política económica real de los sexenios  posteriores al Movimiento Estudiantil del 68, llevó a una apertura comercial y financiera que tuvo como consecuencia la desaparición de lo que había sido un modelo de desarrollo estabilizador y que descansaba en unos  sectores primario, secundario y terciario protegidos y subsidiados.

La apertura comercial y financiera con los socios naturales, Estados Unidos y Canadá, llevó a la instalación de nuevas modalidades de dependencia frente al exterior, que se caracterizan por una agricultura, ganadería, pesca y minería extractivas y depredadoras de los recursos naturales y una enorme  actividad maquiladora que genera empleo, sí, pero sus planes de negocios son ajenos a las necesidades internas del desarrollo y la sociedad Mexicana.

La presencia de la economía roja del narcotráfico en el México de 2014, por lo que hasta ahora se puede percibir, seguramente habrá de conducir al país a una etapa prolongada de inseguridad, crimen,  violencia,  terror y mortandad generalizada. La ineficacia que muestra el gobierno, en sus tres niveles y en sus tres poderes constitucionales, para controlar las fuerzas de los grupos radicales y la cabeza de la hidra de las mafias del narco, sólo permite perfilar escenarios entrópicos, es decir aquellos en que  los sistemas humanos se caracterizan por el desorden, el  estancamiento o el retroceso.

El bajo crecimiento del producto, la polarización de las clases sociales, la coexistencia paradójica de unos cuantos billonarios en medio de millones de miserables, hambrientos e ignorantes; la presencia de unas clases medias y populares conformistas, indiferentes, inamovibles de sus mediocres zonas de confort, sólo puede significar la prolongación indefinida de una sociedad conflictuada, mediatizada, controlada, extorsionada, atropellada, subyugada.

Pero si los insumos masivos de 1968 fueron contingentes con pancartas, volantes y altoparlantes, los del 2014 son individuos encapuchados, armados, desafiantes, violentos y destructores. 

Si en los años posteriores al 68 el sistema liberó a los líderes y dirigentes estudiantiles y luego los integró a las instituciones educativas, a los partidos políticos, a los órganos legislativos y de gobierno, con todo y sus  flujos presupuestarios correspondientes, en el 2014 y años que le sucedan no está tan claro de qué forma se neutralizará el activismo de los líderes   ahora desconocidos, sin nombre, sin rostro y sin ubicación precisa, al menos para la opinión pública.

En el México posterior a la noche de  Ayotzinapa, tampoco parece haber soluciones viables para combatir, neutralizar, asimilar o eliminar a cientos, miles de encapuchados ostentando machetes y garrotes, al tiempo que ocultan seguramente armas de fuego entre sus ropas. ¿Serán ellos y sus dirigentes ocultos los que tomen y gobiernen los municipios, los estados?

La respuesta de los gobiernos posteriores al golpe represivo del 68, fue la alimentación y engorda de un sindicalismo de ideología en favor del trabajador y de los pobres,  pero en disfrute pleno de estilos burgueses, y en algunos casos faraónicos, de vida. Fue también la multiplicación, crecimiento y cooptación de universidades, colegios, centros e institutos, cuyos integrantes entusiastamente ocupados en cada vez mejores niveles salariales y en mayor cantidad de prestaciones, sólo en el discurso han dado cabida a la preocupación por los que menos tienen.

El riesgo es la continuación de una economía atrasada de lento crecimiento, generadora de desempleo, marginación, pobreza, mugre y podredumbre. La amenaza que se cierne sobre México es la de un gobierno más armado, más violento, más represor, más insolente e intolerante, más encerrado, más criminal.

Tlatelolco llevó al país a lo que es hoy. Crecimiento inequitativo en favor del capitalismo de compadres y en detrimento del factor trabajo y los recursos naturales. Prosperidad  desbalanceada sectorialmente que castiga la actividad primaria y la industria propia, al tiempo que premia la industria maquiladora, los servicios no esenciales, al capital y al sistema bancario que lo controla. La contraofensiva del sistema político mexicano también llevó al país a indicadores de competitividad, de bienestar, de transparencia, de derechos humanos, de desarrollo, mediocres o bajos en el concierto de las naciones del mundo.

Después de Ayotzinapa, si los mexicanos,  la gente, todos, usted, sus vecinos, familiares y amigos, no acertamos a dilucidar el problema, a identificar las causas, las manifestaciones y los  efectos, el  país se dirigirá cada vez con más rapidez a una dictadura ya no tan “blanda” como la del pasado. Téngase en cuenta que hoy el uso de los medios tecnológicos para el control de masas puede asegurar el establecimiento de un gobierno intrusivo, represivo, violento, intolerante y demoledor.

Hoy ya estamos viviendo ese gobierno. A nuestros hijos y nietos les corresponderá cambiarlo o adaptarse. Para cambiarlo no parecen existir las bases ni  suficientes interesados en lograrlo. La opción es adaptarse. Adaptarse  para sacarle provecho o adaptarse para sobrevivirlo.

Yo no sé usted, pero yo no deseo ni lo uno ni lo otro para mis descendientes.

sábado, 12 de julio de 2014

Nadar de muertito



Edgar Piña O.

Este es uno de esos momentos en los que todo alrededor parece no tener sentido. Pasan por en medio del pueblo muchos terribles monstruos de maldad e insensatez y nadie los ve o si  alguien los ve no se inquieta, no se alerta.

Probablemente la conciencia de los mexicanos, los sonorenses, está condicionada por la media e Internet, pero vivir en medio de  feas realidades y amenazas y no voltear al vecino, al pariente, al colega para, por lo menos,  comentar los sucesos, sólo se explica si ya nada es capaz de sacarte de Facebook o de la impresionante pantalla plana que te tiene hipnotizado viendo el futbol, la telenovela, o en el mejor de los casos,  el Discovery o simplemente las noticias fumigadas de los conflictos en Michoacán, Tamaulipas o Jalisco. 

El caso es que hay regiones del planeta en donde la gente se está matando, unos a otros, y aún aquí cerquita de tu casa tirotean y degüellan personas, y eso no merece ni siquiera el comentario. 

Allá en el Medio Oriente el superpoder Israelita está bombardeando población civil de Palestina, mientras que los fanáticos de ambos lados, permanecen ocultos, confortablemente monitoreando las operaciones militares y de inteligencia, en sus refugios elegantes y lujosos. Acá en nuestro México gobiernos guiados por el interés de grupos y partidos, incluyendo el narco, se ocupan de asegurar el futuro de sus propias generaciones y que al resto del mundo se lo lleve el diablo, pero para las clases medias sólo con leer un editorial, un comentario, el asunto está arreglado.

¿Nuevas empresas, inversiones, mercados potenciales? No interesan. Lo inteligente es asegurar el capital en cuentas bancarias o inversiones inmobiliarias. ¿Delincuencia organizada y de la otra, inseguridad en todas partes y a toda hora, corrupción total de cuerpos policiacos y judiciales? Hay que estar preparados, para cuando te toque, ¿para qué preocuparse antes de tiempo?

Ya a nivel  local en la media, en las redes sociales, en las débiles conversaciones de la gente, temas como el de cientos, miles de seres humanos que van pasando por Sonora con rumbo al norte en busca del sueño de un trabajo, un refugio, una tortilla,  no parece quitar ni el sueño ni el apetito a quienes ya tienen un empleo, una casa, una cocina y una olla de frijoles.

O también el problema del agua para Hermosillo, en dónde el meollo del asunto (la aberración agrícola de los cereales)  no está a discusión y se etiqueta el conflicto como un pleito entre partidos. Una de las partes se cierra al argumento “es mi agua” y la otra contesta “tengo sed”, pero no se avanza, no hay dialogo, no aparece la razón.

La nuestra es  una población civil que se esfuerza, que trabaja y que observa indiferentemente los acontecimientos tal vez pensando que “eso” es afuera. Aquí en casa todo está bien, hay salchichas y cervezas en el refri y el carro está listo para lo que se ofrezca. ¿Para qué salir de la cueva, para qué cambiar de sintonía, para qué abandonar la zona de confort? 

No es necesario acudir a la teoría del complot para explicar por qué la humanidad no ha logrado entrar a la etapa de la razón, la objetividad, la equidad y la justicia. Mientras que esta forma de vivir funcione, no importa que grandes sectores vivan en la miseria y la degradación, no importa que los zombies salgan de sus barrios a pedir limosna en los cruceros citadinos, así son las cosas, siempre ha sido así y seguro así será en el futuro. 

Entonces, ¿Para qué sacar la cabeza con el riesgo de que te la corten? Mejor así, los que sepan nadar que naden de muertito.

domingo, 29 de junio de 2014

Futbolización




Edgar Piña Ortiz

Es el antiquísimo dicho "pan y circo" en presentación posmodernista, globalizada, tecnológicamente avanzada y financieramente súper redituable. Tiene un efecto penetrante en todas las capas de la población y representa una herramienta eficaz de adormecimiento sobre las masas. Es el fútbol soccer.

Muchísimas cosas son de llamar la atención y cada quien puede resaltar algún aspecto del espectáculo, deporte, entretenimiento y negocio multimillonario, de acuerdo a su visión de las cosas. Es exactamente esa variedad amplia de intereses y facetas, lo que explica el ambiente casi totalizador que el fútbol provoca en la sociedad actual.

Todas las civilizaciones y casi todas las culturas, aún las más primitivas, utilizan los fenómenos naturales, los sucesos extraordinarios, los deportes y las artes, para producir espectáculos cuyo objetivo final es vender una idea, un producto o servicio, pero también alimentar una creencia, un mito, un temor, una expectativa, un sueño, y para lograr un rompimiento de tensión acumulada.

Mientras esos eventos suceden los aspectos trascendentes para la vida económica y política de las poblaciones van quedando como reservados, arcanizados, manejados y resueltos por reducidas elites cuyas motivaciones insubstituibles son la conservación y si se puede el mejoramiento del status personal y de grupo al que pertenecen.

Si se logra que millones y millones de individuos se ocupen más del destino de un balón, que de mejorar la condición humana propia y de la familia, entonces es más fácil que unos pocos tomen las decisiones que afectan a todos.

En la Gran Tenochtitlan a cada fiesta, ceremonia, rito, ofrenda y sacrificio, acudía la totalidad de la población a presenciar de propia vista, la final inmolación de las elegidas o elegidos en honor de tal o cual deidad, quien así calmaría su furia y enviaría a cambio lluvias, buenas cosechas, bendiciones a sus buenos hijos aquí en la tierra.

Durante la colonia, en la Nueva España, se reunía toda la población de la Cd. de México, en la plaza de la Santa Inquisición, para presenciar la ejecución de sentencia del Santo Oficio, en el cuerpo y alma de una bruja, un hereje, un judío, un moro o un endemoniado.

En la magia hipnótica de un estadio repleto de color, movimiento, animación, ruido y entusiasmo, encuentra el ciudadano de la República, la medicina que alivia la angustia, la frustración, el coraje de no tener, de no consumir todo lo que se anuncia antes, durante y después del espectáculo. En el multimillonario coro que grita ¡goooool! encuentra el chambeador de la economía formal o subterránea, la salida a la tensión constante que provoca la abundancia aparente de bienes y consumos, frente al poder de compra limitado, muy limitado.

Hoy el empleado, el técnico, el chofer, el obrero, el profesionista, se clavan en la tele a presenciar espectáculos, eventos, competencias, peleas, confrontaciones, coronaciones, sacrificios, ritos, ceremonias, triunfos y derrotas, para desahogar presiones de un trabajo rutinario y mal pagado en un ambiente laboral difícil, conflictivo y desmotivamente.

¿A quien le interesa el estancamiento y retroceso productivo, la des-generación de empleos, el alza constante, los monopolios privados y del gobierno, la pobreza, la inseguridad, la corrupción total,  la partidocracia, la mercadotecnia política? ¿A quien le importa el desarrollo económico y político, la organización de la sociedad civil, la conservación de los recursos naturales, la educación de nuestros hijos, la prosperidad y el disfrute responsable de la libertad individual?

¿Para que hablar de cosas complicadas, conflictivas, polémicas y sobre las cuales nunca nos pondremos de acuerdo? Mejor vamos al partido, mejor compramos una cervezas y encendemos la televisión. Eso es real, palpable, entendible, accesible, disfrutable.

¡Disfrutemos la fiesta mundial del fútbol, dejémonos llevar por la emoción! Si no hay changarro que cuidar, profesión que mejorar, realidad que transformar, dinero que contar, ganancias que contabilizar, entrémosle a la droga que entra por los ojos, esa sí te prende, …pierdas o ganes.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Las drogas y el gato de los pies de trapo

Las drogas y el gato de los pies de trapo

4 de abril de 2010 a la(s) 9:55

Edgar Piña

Para el lector de noticias en diarios, revistas y sitios de Internet, lo mismo que para quien escucha reportes en la radio y la televisión, en Estados Unidos, no hay nada que le conmueva si se refiere a un suceso acaecido al sur de la frontera o si está relacionado con “alliens”, es decir gente extraña, de afuera, extranjeros.

Pero si el involucrado es un ciudadano norteamericano, de raza blanca preferentemente y de nombre y apellidos diferentes a los de escritura y sonido hispano, entonces la noticia, el incidente sí merece la pena el comentario, la opinión, y si se puede, la presión al legislador, al funcionario vigilante del cumplimiento de la ley, al medio de comunicación.

Miles de muertos pueden estar cayendo diariamente en las ciudades fronterizas y del interior del país, billones de dólares pueden estarse gastando diariamente en el divertido (para algunos) juego del dizque combate al narcotráfico, pero nada de eso es importante para el ciudadano estadounidense, a menos que involucre a alguien de los suyos.

Cuando es así, entonces la noticia ocupa los titulares, encabeza los noticiarios y merece sesudos comentarios de analistas y editorialistas sobre la desgracia de tener al sur del río Grande o de la frontera con Nuevo México, Arizona y California, a un vecino perverso, desalmado, violento, que lucra obscenamente con la introducción de drogas de todo tipo al sano, limpio, impoluto mercado norteamericano.

Tanto aquí como allá el asunto es una farsa, pero el entramado es diferente. Aquí dicen los gobiernos que están comprometidos en una guerra contra los narcotraficantes; pero sólo caen unas cuantas hojas -las más débiles- del frondoso árbol. Allá de vez en cuando, alguien informa o comenta del daño que ocasiona a la actividad productiva el abuso de las drogas, pero cada vez más estados legalizan su uso o flexibilizan las leyes destinadas a castigar el tráfico y consumo de las mismas.

En lo particular no comparto la idea de que el gobierno mexicano es un gobierno confundido. Tampoco creo que sea tonto; para nada. Más bien estoy convencido que el gobierno mexicano a todos los niveles –federal, estatal y municipal; ejecutivo, legislativo y judicial- es el socio mayoritario del gran negocio de la producción, transformación, distribución y venta de drogas de todo tipo.

Lo mismo aplica para el gobierno del país que sigue siendo y con mucho el más poderoso del mundo.

En el gran teatro de la política, usted lo sabe, todo, todo se vale. Se vale, por supuesto, inhalar cualquier alcaloide antes de escribir o revisar el discurso que habrá de tronar, sonar fuerte contra el flagelo de las drogas, contra el sucio negocio del narcotráfico.

Se vale, también por supuesto, fumarse un buen porro de cannabis después de la agotadora jornada legislativa o judicial, en la que el sujeto se desgarró las vestiduras convenciéndonos de su entrega a la lucha contra el crimen organizado y el desorganizado igualmente.

A los círculos de poder en uno y otro lado de la frontera, les tiene sin cuidado el costo social de la “guerra” contra las drogas. A nadie que esté compartiendo, aunque sea minoritariamente, las ganancias del gran negocio le interesa que el partido se acabe. Las reglas son claras y es un tonto el que las viole.

Es como aquel viejo estribillo que nos repetían nuestras abuelas: “Este era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

La farsa continuará hasta que usted y yo -que no obtenemos parte de las ganancias, pero que sí aportamos cada vez más recursos para que la función se prolongue-, no hagamos algo para organizarnos y exigir a los gobiernos que hagan lo que están obligados hacer y dejen de meterse en lo que no es su responsabilidad.

“Está pelona la marrana”, decían en mi pueblo cuando algo se veía difícil. Sin embargo, en algún momento habrá que intentarlo. ¿No lo cree usted?

lunes, 21 de abril de 2014

La despedida del tirano


Por Edgar Piña Ortiz (*)
Noticuba Internacional
Mexico, 24 de enero del 2007
Despierta cuando escucha voces como lejanas. Abre los apagados ojos y
se percata de las figuras borrosas de su hermano Raúl vestido de
traje y corbata, al doctor García Sabrino y Evelia la enfermera que
lo ha atendido minuto tras minuto desde que ingresó al hospital. Se
asombra de verlos ahí, pero no tiene fuerzas para externar su
asombro. Estaba seguro que segundos antes de despertar Camilo y
Ernesto habían estado ahí junto a su cama, con sus atuendos y sus
barbas de guerrillero. Trata de hablar pero no le responde su
garganta, sus labios no logran moverse y su lengua está seca, amarga,
pesada. Se acercan los tres -su hermano, el doctor y la enfermera- y
le hablan en voz baja, pausada, suave, pero no entiende lo que le
dicen y no está seguro de quién provienen las indescifrables palabras
que a duras penas logra escuchar. Trata de seguir con la mirada los
movimientos de la mujer de blanco quien se dirige a la cabecera de su
cama y revisa las botellas de líquido transparente que baja gota a
gota por una manguera hacia su mano delgada, enjuta, de piel manchada
e incapaz de moverse. Prefiere cerrar los ojos para tratar de tomar
fuerza y estar en capacidad de preguntarle al doctor Sabrino si hay
alguna mejoría en su salud. Luego intenta poner en orden su confuso
pensamiento porque tiene muchas preguntas que hacer a Raúl y muchas
más órdenes que dar. Pero no lo logra y vuelve a caer en ese
laberinto negro, caótico, insoportable en el cual se desliza hacia
abajo y del cual emergen alternadamente los rostros de sus camaradas
de la guerrilla, los compañeros del partido, los jefes de las
dependencias de gobierno, los diplomáticos, los políticos de otros
países, los escritores, los deportistas, los artistas y luego los
rostros de negros, de mulatos, de castizos, de niños, de guardias, de
secretarios, de colaboradores que le rodeaban siempre en sus
discursos, en sus mítines, en sus giras por la isla. Los rostros
emergen de la nube negra del torbellino en el que se desliza y luego
se ocultan para ceder el lugar a otras caras, otros gestos. Va
cayendo, claro siente que va hacia abajo, pero no desea llegar porque
sabe, presiente, algo le dice que allá abajo, al final del remolino,
se encuentran cientos, miles de cadáveres. Cubanos muertos en la
Sierra Maestra, cubanos muertos en las cárceles, en los hospitales,
en las calles, en los bohíos, en las selvas, en los ríos, en las
playas, en los mares que rodean a Cuba. Se hunde en la inconciencia
total.
La Plaza de Armas está repleta. Toda la Habana y parte de las
provincias cubanas están presentes. El comandante Fidel Castro,
Presidente del Consejo de Ministros y Jefe de Estado y de Gobierno,
Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Primer
Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el amo
y señor de la isla, la piedra en el zapato del imperialismo yanqui,
el ídolo indiscutible de todos los individuos del mundo que creen en
el triunfo incontenible del socialismo en la tierra, tiene el
micrófono frente a él. Recorre con ágil mirada a la multitud alegre,
inquieta, feliz, que silva, que grita, que aplaude, que levanta las
manos, que agita los puños al aire en señal de victoria. Se frota la
barba, coloca el enorme habano sobre un cenicero discretamente
acomodado en el podium, toma un sorbo de agua de un vaso cercano y se
dispone a hablar, pero en ese momento la multitud desaparece, se
esfuma, solo ve una neblina espesa, negra, que ondula en el espacio
cercano al piso de la plaza. Busca en su entono inmediato pero los
rostros, los cuerpos de quienes le rodean no están ahí. Se frota los
ojos y trata de discernir lo que pasa. Ahora ve cruces, tumbas,
celdas repletas de cuerpos inermes, fusiles, pistolas, despojos verde
oliva de uniformes militares. Y luego el remolino otra vez. Trata de
hacer un gesto de dolor, intenta quejarse pero nada logra. Es mucho
el dolor, es insufrible la angustia y decide entregarse al remolino,
pero en ese momento siente la mascarilla de oxígeno que se pega con
fuerza a su rostro. Se queda inconsciente.
Ahora está en su bunker de El Vedado. Recién estrenado su uniforme
verde oliva. Su puro en la mano, un vaso de ron en la otra. Enfrente
de él sus ayudantes y colaboradores. Toma unos papeles y pretende
leerlos. Escucha las conversaciones primero confusas, después
entendibles. Hablan de él, hablan de su enfermedad, de las
intervenciones quirúrgicas. Se percata que las voces suben de tono,
se acusan unos a otros, se culpan de traiciones, de mentiras, de
conspiraciones. Observa de reojo a Raúl que platica con Sabrino y
parece entender que éste se niega a algo que Raúl insiste. Voltea a
otro lado y ve a Camilo platicando con Pérez Roque y con Juan
Almeida, pero le asalta la duda. Le chupa al puro, le sorbe al ron,
afina el oído, afina la mirada: sí es Camilo y más allá está Huber y
cerca del librero Ernesto fumando un puro y acaparando la
conversación. Trata de clarificar en su mente si Camilo y Ernesto y
Huber están vivos o él está mal. Trata de concentrarse en los
papeles, mientras clarifica lo que está pasando, pero no lo logra.
Decide levantarse para pedir silencio o que abandonen su oficina
porque él está trabajando, pero no lo logra. Coloca el puro en el
cenicero y se levanta del sillón. Levanta la voz: ¡Señores!, grita
pero nadie lo escucha. Todos siguen sin inmutarse. Aclara la
garganta, carraspea y grita de nuevo: ¡Compañeros!, pero todo sigue
igual. ¿Qué pasa? Se pregunta él mismo y todos los reunidos se
desdibujan, se desvanecen y sólo queda una mujer de negro allá en el
rincón, donde está el perchero que sostiene las gorras militares de
su propiedad. No le ve la cara, pero siente una mirada profunda,
definitiva. Vuelve la vista hacia el recinto y otra vez ve la bruma,
la negra neblina que le rodea.
Ahora despierta. Puede oír. Puede ver. Está en su cama. Ahí esta
Evelia y otra enfermera. Le están limpiando las costuras en el
abdomen. Nada siente cuando lo tocan, nada más ve las gasas que
limpian costras y sangre que fluye de adentro. Hablan pero no logra
escuchar lo que dicen. Trata de hablar, pero sólo consigue un quejido
y luego la mirada de las dos muchachas que voltean a verle el rostro,
los labios. Una de ellas camina hacia una mesita y toma una jeringa y
una ampolleta. Luego inyecta el líquido en la botella que cuelga a un
lado de la cabecera de su cama. Se pierde.
Va caminado ahora con paso firme por los pasillos de Villa Marista,
una de las prisiones de la Habana. Va seguido de sus ayudantes y sus
colaboradores. El puro no falta y emerge humeante de su barba negra,
abundante y rotunda. Se acomoda el cinturón del que cuelga una pesada
escuadra calibre 44. Sigue caminando hacia un patio cerrado por
enormes muros de ladrillo. En el suelo está un harapiento prisionero
de esquelético cuerpo. Se adelanta uno de sus ayudantes y le ordena
pararse. El preso no logra sostenerse y el ayudante lo tiene que
auxiliar tomándolo de la camisa por la espalda. Se acerca Fidel y le
dice: Me dicen que tienes algo que decirme. Hazlo pronto porque no
tengo mucho tiempo. El débil individuo no contesta, sólo una mirada
incisiva, cargada de asco y de desprecio, sale de sus ojos hinchados
rodeados de una costra negra y desagradable. El comandante insiste:
Te vamos a fusilar hoy mismo, ¿qué es lo quieres decir? Transcurren
unos minutos y el prisionero no contesta. El autócrata se da la
vuelta y le dice al teniente Moscoso: Fusílenlo inmediatamente. En
ese momento el prisionero habla: ¡Hey!… El déspota voltea hacia el
individuo que ya fue dejado caer por el esbirro. Luego dice con
fuerza: ¡Fidel!… ¡Púdrete maldito! El dictador sigue caminando, pero
luego se frena. Se lleva la mano a la pistola, desenfunda y dispara.
El primer balazo le destroza la cabeza al prisionero. Pero el tirano
sigue disparando hasta que se queda sin balas. Le da el arma a uno
de sus ayudantes y le dice: ¡reabastézcala, capitán¡ Y sigue
caminado. Pero ha avanzado sólo unos cuantos pasos, cuando escucha
nuevamente: ¡Púdrete, maldito! Voltea rápidamente pero ya no ve al
prisionero, sólo un bulto negro que se levanta y se le va encima…
En su cama el maldito ha cesado de respirar.
(*) Profesor universitario mexicano